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Una candidatura con un proyecto urbano definido: el plan de las cuatro zonas

5. Sostenibilidad y regeneración urbana: los Juegos Olím- Olím-picos adaptados a la ciudad

5.1. Regeneración de Barcelona: unos Juegos Olímpicos de di- di-mensiones urbanas

5.1.2. Una candidatura con un proyecto urbano definido: el plan de las cuatro zonas

En el capítulo 2 recogíamos que el proyecto de Barcelona’92 dependía de una vi-sión de modernización urbana que se tradujo en la idea de concentrar las instalacio-nes en zonas que necesitaban regenerarse. De este modo, no sólo el diseño de los equipamientos de competición provenía de criterios de sostenibilidad, sino que su localización vinculada a un urbanismo regenerador también se pensaba según ne-cesidades de futuro. El gobierno barcelonés fomentó un diseño urbano de calidad que, a la vez que se preservaban edificios y monumentos históricos, ponía el énfasis en una arquitectura innovadora. Así, las alteraciones en la trama urbana de Barcelo-na promovieron la creación de parques y espacios abiertos, la integración social para huir de guetos potenciales y en la reforma de barrios y edificios que siguiesen pará-metros de calidad y lo que podría identificarse como sostenibilidad socioeconómica y ecológica (Coaffee, 2010: pos. 3604/3607). Barcelona’92 fue el aliciente para impul-sar la renovación de Barcelona y su metrópolis, partiendo de la regeneración urbana por zonas. La planificación de los JJOO asentada en cuatro áreas principales coinci-dió con la configuración urbanística por el Ajuntament, en paralelo, de las llamadas áreas de nueva centralidad. Estas áreas complementaban la estrategia de regenera-ción, mediante un plan urbanístico que se dio a conocer en 1987 con la publicación municipal Àrees de nova centralitat y que consistía en atender espacios vacíos o desfasados (Ajuntament de Barcelona, 1987; Rueda Palenzuela, 1995: 91). Los me-dios locales resaltaban, en los primeros años de la fase de implementación, que

“l’enclavament de les àrees olímpiques no va ser fruit de la casualitat” (Galí Campru-bí, 24 de noviembre de 1988). Todos los frentes formaban parte de una estrategia homogénea de reestructuración de la ciudad para incrementar su calidad de vida y modernizarla.

Ese interés por la regeneración en busca de mayores niveles de bienestar se que-ría conseguir mediante un mega-evento que, por sus dimensiones excepcionales, también puede comportar peligrosos legados no deseados. Dentro de la presente investigación, tres cargos distintos del COOB’92 son preguntados si se contempla-ban impactos potenciales urcontempla-banos, socioeconómicos o medioambientales negativos que podían llegar a suponer los JJOO. José Cuervo, responsable de Atención a la

Familia Olímpica, responde que no porque “sólo teníamos perspectivas positivas respecto a los cambios que podrían provocar estos JJOO, no se contemplaba en absoluto la posibilidad de que supusiesen un impacto negativo” (Cuervo, entrevista, abril de 2017). Josep Maria Vinué, de la misma área funcional, dice que tomaron medidas para evitar esos impactos indeseados. Pone como ejemplo que “un factor que también ayudó es que en las cuatro áreas olímpicas había mucha restricción al tráfico. No se podía acceder como normalmente”, consiguiendo que las zonas de competición estuviesen limpias y en buenas condiciones (Vinué, entrevista, noviem-bre de 2014). También menciona medidas preventivas de su departamento en temas como el medioambiente y el control de alimentos. Millet contesta que unos Juegos

“no tienen por qué ser agresivos, para nada”, porque el riesgo se controla si se reali-za una gestión apropiada: “Los JJOO son un excelente sistema para promover cre-cimiento, actividad y sostenibilidad en las ciudades. Lo que pasa es que se pueden hacer mal. Ejemplos que lo han hecho mal hay muchos” (Millet, entrevista, febrero de 2016). El director de Infraestructuras del COOB’92 sostiene esta idea según la cual los impactos negativos pudieron evitarse porque, siguiendo conceptos de lega-do de Los Ángeles’84, el plan de las cuatro zonas resistió presiones externas:

“Los mandatarios olímpicos quieren que la halterofilia, la esgrima, la lucha, etc.

tengan los palacios uno al lado del otro. Esto es un disparate. Por tanto, la distri-bución urbana y la posición de cada uno de estos escenarios de competición, si está bien, son buenas, pero si está mal al día siguiente hay que tirarla. Éste es el gran drama, si mandara [la Familia Olímpica] todos harían un parque olímpico, complejo y lo más compacto posible.” (Millet, entrevista, febrero de 2016)

Efectivamente, la regeneración urbana de Barcelona se realizó a través de planes específicos para zonas concretas. El equipo municipal de urbanistas y arquitectos liderado por Oriol Bohigas defendía una visión sistemática de la ciudad. Es decir, que una regeneración de ésta debía operarse estudiando la urbe a través de sus elementos: barrios o sectores de éstos (Bohigas Guardiola, 1999: 200). El Antepro-yecto de 1983 informaba que la definición de, entonces, nueves áreas olímpicas (cuatro dentro de Barcelona y cinco en subsedes) había sido el fruto de considera-ciones tras estudios en profundidad. Revelaba que las áreas propuestas tenían un carácter provisional, algo propio de un esbozo. Sin embargo, el hecho de que se mantuviese íntegra la concepción de cuatro áreas en la ciudad es elocuente respec-to a lo riguroso que fue aquel estudio inicial que se basaba en necesidades urbanas reales.

La lógica de un evento complejo como los JJOO conduce a intentar simplificar las dificultades logísticas, agrupando un conjunto de equipamientos en una o dos áreas que suelen denominarse ‘parques olímpicos’. El espacio requerido para estos ‘par-ques’ que concentran estadios y pabellones, y en ocasiones la villa olímpica y los

centros de prensa, es extenso, de modo que suelen localizarse alejados del centro urbano. Exactamente, en periferias apenas edificadas que, por consiguiente, derivan en construir los equipamientos olímpicos sobre espacios semiurbanos de mayor o menor valor ecológico (Newlands, 2011). No fue el caso de Barcelona’92, pues las cuatro áreas olímpicas se situaron en diferentes barrios de la ciudad a poca distancia entre ellas (nunca más de 5 km) pero sin producir conjuntos aglomerados de instala-ciones132. También en las subsedes, donde las instalaciones deportivas (y villas olímpicas secundarias, en casos como Banyoles o Montigalà en Badalona) estaban integradas casi siempre en núcleos urbanos133.

Millet Serra (1986: 65–66), quien condujo la creación del plan de candidatura de las cuatro áreas, explicaba que se optó por éstas para recuperarlas como piezas impor-tantes del ecosistema urbano. La utilización de Montjuïc pretendía consolidar este monte como el parque urbano más importante en la ciudad. La de Vall d’Hebron era el primer paso para crear un espacio verde que ligase la sierra de Collserola con una zona de barrios más densas y con peores equipamientos por culpa del desarrollis-mo. Por último, la de Poblenou era la excusa para comenzar el ambicioso plan del frente litoral. En su conjunto, “el front de mar (…) i el front de muntanya, façana alho-ra de la ciutat i del galho-ran parc de Collserola, constituialho-ran, en el futur, un veritable cin-turó verd i equipat, amb fortes repercussions sobre tot l’entorn metropolità” (Millet Serra 1986: 67). En definitiva, este urbanismo en base a instalaciones sostenibles también conectaba con una idea de sostenibilidad medioambiental. Al Ajuntament le interesaba que las cuatro áreas olímpicas se determinaran según criterios de tradi-ción deportiva y de estructuratradi-ción del territorio, incluyendo la electradi-ción de las subse-des (Truñó Lagares, 1996: 55–56). En otras palabras, se pensaba en la ciudadanía al modernizar y racionalizar la infraestructura deportiva y, además, al renovar las condiciones de vida urbana integrando elementos básicos de la naturaleza (zonas verdes, el mar y la calidad del aire).

Los distintos frentes diseñados por las autoridades municipales formaban parte de la misma planificación estratégica que, como decía Maragall Mira, agrupaba un

con-132 En la Anella Olímpica de Montjuïc, donde se concentraron más sedes olímpicas, habías seis instalaciones de competición. Fuera de la Anella, pero consideradas como parte del área olímpi-ca de Montjuïc, había otras tres: Espanya Industrial, la Fira y el Palau Municipal d’Esports.

133 El crecimiento exponencial de muchas ciudades del planeta, un fenómeno que empezó con la revolución industrial y se ha asentado durante el siglo XX, ha conllevado que las urbes se regio-nalicen por la aparición de áreas metropolitanas consistentes en una pluralidad de municipios.

Las ciudades olímpicas, en muchas ocasiones también integrantes de áreas metropolitanas, apuestan por repartir instalaciones por diferentes puntos de su región urbana. A pesar de que el COI, los deportistas y los periodistas acreditados prefieran unos JJOO compactos, con gran par-te de los equipamientos en un mismo ‘parque olímpico’, ese es un modelo insospar-tenible y ciuda-des anfitrionas como Barcelona han optado por recurrir a subseciuda-des dentro de su metrópolis (Hi-ller, 2006: 323).

junto de actuaciones “desde Montjuïc hasta el Besòs: los cinturones, la Renfe [sote-rrada en Poblenou], el puerto, las alcantarillas, la depuradora, (…) las nuevas pla-yas” (en Febrés y Rivière, 1991: 101). La planificación de Barcelona’92 había esta-blecido que las inversiones en instalaciones de competición sólo representaban una décima parte del total, pero la obra deportiva estaba situada estratégicamente para favorecer proyectos urbanos de gran trascendencia. Se buscaba crear legados ur-banos a gran escala a partir de actuaciones concretas y localizadas (Millet Serra, 2002: 303). Beth Galí, la arquitecta que dirigió el proyecto del área de Vall d’Hebron, definía un proyecto de urbanización sostenible que, además de dejar un legado de infraestructura deportiva para el barrio, iba a conseguir un nuevo paisaje basado en parques y superficie verde (Galí Camprubí y Croisset, 1992: 239). También los mu-nicipios que fueron subsedes olímpicas desarrollaron diferentes planes de sostenibi-lidad urbana. Por ejemplo, Sabadell aplicó en el municipio durante los años de pre-paración olímpica políticas de protección de áreas forestales y naturales, aun sin vinculación directa con el estadio Nova Creu Alta que acogió partidos olímpicos de fútbol. Un caso paradigmático fue el de la Seu d’Urgell, donde la inversión propia-mente deportiva fue modesta pero permitió transformar una parte importante de la localidad en torno a su mayor activo, el río Segre (Marshall, 1993: 236–237; Millet Serra, 2002: 303).

La transformación urbanística de Barcelona que los JJOO de 1992 favorecieron fue el fruto de un profundo estudio de arquitectos, urbanistas y técnicos. Acorde a las jerarquías urbanas existentes, ellos analizaron las características del ecosistema urbano, sus necesidades y los efectos potenciales que se podrían conseguir según la elección de instalaciones. Se decidió una planificación a escala metropolitana pero poniendo el acento en el municipio de Barcelona, especialmente en los barrios liga-dos a las cuatro áreas olímpicas (Bohigas Guardiola, 1992: 55). Ciertos razonamien-tos que guiaron este urbanismo, como la zonificación, el interés por fomentar jardi-nes y parques o la concepción orgánica del conjunto de la ciudad, se inspiraban en el racionalismo decimonónico y, tal y como ya hemos señalado, en la obra de Ilde-fons Cerdà. La planificación del urbanismo olímpico se había realizado en base a un marco teórico que, aludiendo tanto a la autoridad de Cerdà como a la influencia in-ternacional en favor de criterios sostenibles, potenció los espacios verdes, evitó la aglomeración de edificios u optó por orientar éstos según la incidencia de la luz solar (Bohigas Guardiola, 1963: 86–90; Rueda Palenzuela, 1995: 25)134. La proliferación de estudios y publicaciones que, desde mediados de los años 1980, sostenían el discurso urbano de regenerar Barcelona propició un estado de la cuestión sobre el

134 No en vano, Cerdà incluía en su proyecto del Eixample de Barcelona la creación de ocho parques públicos que debían sumar una superficie de 0,82 km2 y las manzanas de su ensanche estaban orientadas, con precisión, según los cuatro puntos cardinales. Además, defendía que el Eixample debía tener un sentido orgánico que huyese de zonificar según jerarquías sociales (Bohigas Guardiola, 1963: 86–90).

urbanismo de Barcelona que continuó al llegar el siglo XXI. Como recoge Borja Se-bastià (2010: 182–183), el optimismo inicial respecto a los efectos positivos del ur-banismo olímpico sobre la calidad de vida en Barcelona ha derivado, con los años, hacia posturas tanto críticas como juicios positivos pero menos que en el pasado. El mismo José Cuervo comenta al ser entrevistado que, con la perspectiva que da el paso del tiempo, iniciativas como las rondas podrían haberse configurado de forma diferente (Cuervo, entrevista, abril de 2017).

5.1.3. Rasgos del urbanismo de Barcelona’92: una dimensión sostenible

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