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ACTIVIDADES DE LA OMS

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ACTAS OFICIALES

DE LA

ORGANIZACION MUNDIAL DE LA SALUD N° 205

ACTIVIDADES DE LA OMS

197E2N

INFORME ANUAL DEL DIRECTOR GENERAL A LA ASAMBLEA MUNDIAL DE LA SALUD Y A LAS NACIONES UNIDAS

El Informe Financiero para el ejercicio 1 de enero - 31 de diciembre de 1972, suplemento del presente volumen, se publicará por separado y constituye el

N° 208 de Actas Oficiales.

ORGANIZACION MUNDIAL DE LA SALUD

GINEBRA

1973

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ADI ASDI

BIRF CAACTD CAC CCAAP CCNUEERA CEPA CEPAL CEPALO CEPE CIIC COICM DANIDA FAO FNUAP OACI OAU OCMI OESNUB OIEA OIT OMM OMS ONUDI OOPSRPCO OPS

O SP

PNUD UIT UNCTAD UNESCO UNICEF UNITAR

- Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional - Agencia Sueca para el Desarrollo Internacional,

- Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento

- Comité Asesor sobre Aplicación de la Ciencia y la Tecnología al Desarrollo - Comité Administrativo de Coordinación

- Comisión Consultiva en Asuntos Administrativos y de Presupuesto

- Comité Científico de las Naciones Unidas para el Estudio de los Efectos de las Radiaciones Atómicas

- Comisión Económica para Africa

- Comisión Económica para América Latina

- Comisión Económica para Asia y el Lejano Oriente - Comisión Económica para Europa

- Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer

- Consejo de Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas - Agencia Danesa para el Desarrollo Internacional

- Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación - Fondo de las Naciones Unidas para Actividades en Materia de Población - Organización de Aviación Civil Internacional

- Organización de la Unidad Africana

- Organización Consultiva Marítima Intergubernamental Oficina Economica y social de las Naciones Unidas en Beirut Organismo Internacional de Energía Atómica

Organización (u Oficina) Internacional del Trabajo Organización Meteorológica Mundial

- Organización Mundial de la Salud

- Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial

Organismo de Obra Públicas y Socorro a los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente Organización Panamericana de la Salud

Oficina Sanitaria Panamericana

Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo - Unión Internacional de Telecomunicaciones

- Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo

Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia

- Instituto de Formación Profesional e Investigaciones de las Naciones Unidas

© Organización Mundial de la Salud 1973

Las publicaciones de la Organización Mundial de la Salud están acogidas a la protección prevista por las disposiciones sobre la reproducción de originales del Protocolo 2 de la Convención Universal sobre Derecho de Autor. Las entidades interesadas en repro- ducir o traducir parcial o íntegramente alguna publicación de la OMS deberán solicitar la oportuna autorización de la Oficina de Publicaciones y Traducción, Organización Mundial de la Salud, Ginebra, Suiza. La Organización Mundial de la Salud dará a esas solicitudes consideración muy favorable.

PRINTED IN SWITZERLAND

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Introducción

PARTE I - EXPOSICION GENERAL

Página VII

1. Enfermedades transmisibles 3

Vigilancia epidemiológica de las enfermedades Lepra 23

transmisibles 4 Enfermedades bacterianas 26

Viruela 7 Veterinaria de salud pública (con inclusión de higiene

Virosis, rickettsiosis y enfermedades afines . . . . 10 de los alimentos y medicina comparada) 32 Treponematosis endémicas y enfermedades venéreas 16 Prevención de la ceguera 39

Tuberculosis 20

2. Paludismo y otras enfermedades parasitarias 41

Paludismo 41 Otras enfermedades parasitarias 48

3. Biología de los vectores y lucha antivectorial 60

Ecología aplicada 60 Lucha biológica antivectorial 64

Resistencia a los insecticidas 61 Lucha genética antivectorial 65

Evaluación de nuevos insecticidas y estudio de Lucha contra los vectores en el tráfico internacional 66 métodos químicos de lucha antivectorial . . . . 62 Uso inocuo de plaguicidas 66

4. Enfermedades no transmisibles 69

Enfermedades cardiovasculares 69 Farmacodependencia y alcoholismo 84

Cáncer 74 Higiene dental 86

Salud mental 80 Genética humana 88

5. Inmunología 90

6. Higiene del medio 95

Saneamiento básico de la colectividad 96 Circunstancias y factores específicos de exposición:

Criterio y normas de higiene del medio 101 Evaluación y actividades 102

Promoción de servicios e instituciones 110

7. Fortalecimiento de los servicios sanitarios 111

Servicios de salud pública 111 Servicios de enfermería y de asistencia a partos . . 116 Servicios de laboratorio de salud 114

8. Estadística sanitaria 118

Mejoramiento de los servicios de estadística sani- Métodos de estadística sanitaria 119

taria 118 Dinámica de poblaciones 120

Difusión de informaciones estadísticas 119 Clasificación Internacional de Enfermedades . . . 121

9. Salud de la familia 123

Salud de la madre y del niño 123 Educación sanitaria 130

Nutrición 127 Reproducción humana 134

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10. Formación y perfeccionamiento del personal de salud 139 Planificación de las disponibilidades de personal de

salud 139

Enseñanza y formación profesional del personal de

salud 140

Técnicas docentes 147

Becas 148

Formación del personal de la OMS 149 Biblioteca y servicios de documentación 149

Colaboración con otras organizaciones 150

11. Sustancias profilácticas y terapéuticas 151

Evaluación de medicamentos y vigilancia farmacoló-

gica 151

Preparaciones farmacéuticas 152

Patrones biológicos 153

12. Investigaciones 155

Coordinación de las investigaciones médicas. . . . 155 Progresos en epidemiología y ciencias de la comu-

nicación 156

13. Cooperación con otras organizaciones 159

Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo 160 Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia . . 162 Organismo de Obras Públicas y Socorro a los Refu-

giados de Palestina en el Cercano Oriente . . . 163

Programa Mundial de Alimentos 163

Organizaciones no gubernamentales 163

Cooperación con otras organizaciones: Resumen 164

14. Información pública 169

15. Asuntos constitucionales, jurídicos, financieros y administrativos 171

Asuntos jurídicos 171

Situación financiera 173

Administración 174

PARTE II - LAS REGIONES

16. Región de Africa 181

17. Región de las Américas 185

18. Región de Asia Sudoriental 190

19. Región de Europa 194

20. Región del Mediterráneo Oriental 198

21. Región del Pacífico Occidental 202

PARTE III - LISTA DE PROYECTOS

Proyectos en curso de ejecución en 1972 208

Región de Africa 209

Región de las Américas 218

Región de Asia Sudoriental 240

Región de Europa 249

Región del Mediterráneo Oriental 259

Región del Pacifico Occidental 270

Interregionales 279

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ANEXOS

1. Estados Miembros y Miembros Asociados de la Organización Mundial de la Salud en 31 de diciembre

de 1972 291

2. Composición del Consejo Ejecutivo 292

3. Reuniones orgánicas y otras reuniones celebradas en 1972 293

4. Cuadros de expertos y reuniones de comités de expertos y grupos científicos en 1972 293 5. Centros de referencia de la OMS e instituciones y laboratorios colaboradores 295 6. Subvenciones concedidas para formación e intercambio de investigadores en 1972, clasificadas por

materias y por clases 308

7. Becas concedidas (clasificadas por materias y por regiones) 309

8. Publicaciones aparecidas en 1972 311

9. Estadísticas de la biblioteca de la OMS en 1972 315

10. Organizaciones no gubernamentales con las cuales la OMS mantiene relaciones oficiales, y organi- zaciones intergubernamentales que han establecido acuerdos oficiales con la OMS aprobados

por la Asamblea Mundial de la Salud 315

11. Presupuesto ordinario para 1972 317

12. Distribución numérica del personal 318

13. Distribución del personal por nacionalidades 320

14. Estructura de la Organización Mundial de la Salud en 31 de diciembre de 1972 321

FIGURAS

Fig. 1. Paises de endemicidad variólica en 1967, y donde la transmisión se interrumpió ulteriormente, y paises donde la

viruela seguía siendo endémica a fines de 1972 8

Fig. 2. Extensión de la séptima pandemia del cólera, 1961 -1972. 27

Fig. 3. Aumento hipotético de la esperanza de vida a los 5 años de edad, en el supuesto de que se hubiesen eliminado ciertas

causas de defunción, 1968 69

Fig. 4. Centros de investigaciones y enseñanzas y centros de investigaciones clínicas del Programa Ampliado de la OMS de Investigación y Perfeccionamiento y de Formación de Investigadores en Reproducción Humana 136

Fig. 5. Relaciones dentro del programa de becas de la OMS 148

Fig. 6. Clasificación por sistemas y órganos de las posibles reacciones adversas notificadas entre marzo de 1968 y noviembre

de 1972 152

Fig. 7. Oficinas regionales de la OMS y delimitación de las zonas correspondientes 180

Las denominaciones empleadas en las Actas Oficiales de la Organización Mundial de la Salud y la forma en que aparecen presentados los datos que contienen no implican, de parte del Director General, juicio alguno sobre la condición jurídica de ninguno de los países o territorios citados o de sus autoridades, ni respecto de la delimitación de sus fronteras.

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NINGUNO de los fundadores de la OMS o de quienes asistieron a sus primeros pasos hubiera podido prever la amplitud y la rapidez de los progresos y los cambios de orientación que se han registrado durante el último cuarto de siglo en lo que respecta a la salud y la enfermedad, a los servicios sanitarios y a las aspiraciones de los individuos y las colectividades. Durante su breve existencia, la Organización ha asistido en los sectores del pensamiento y de la tecnología a transfor- maciones paulatinas y a veces radicales, que han abierto perspectivas enteramente nuevas a su propia actividad y la de sus Estados Miembros.

En este año del 250 aniversario de la Organización es, pues, oportuno hacer una pausa para medir el camino recorrido, examinar la situación en que nos encontramos y preguntarnos cuál ha de ser la dirección que habremos de seguir en el curso de los próximos 25 años para acercarnos más aún al objetivo fundamental de la OMS: alcanzar para todos los pueblos el grado más alto de salud.

De manera más o menos consciente, la Organización ha venido haciéndose tres preguntas.

En primer lugar, ¿ podemos comprender la naturaleza de la salud y la enfermedad, describir los procesos que en ellas intervienen a fin de penetrar sus causas y tener la certeza de que no estamos simplemente a la merced de un azar irresponsable ? Podemos contestar a esta pregunta con cierto orgullo, por la labor realizada. Muchos procesos patológicos han quedado descritos de tal manera que podemos empezar a entenderlos; y aunque todavía quedan importantes lagunas en nuestros conoci- mientos sobre las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y los trastornos mentales, por ejemplo, no cabe duda de que con el tiempo se llegará a conocer la etiología y la incidencia de esas enfermedades por métodos de investigación y deducción análogos a los que han permitido esclarecer otros problemas.

En segundo lugar, ¿ podemos disponer de medios adecuados y eficaces para interrumpir o prevenir esos procesos patológicos ? A este respecto son también notables los éxitos obtenidos. En efecto, no sólo sabemos cuál es el origen de numerosas enfermedades, sino que además podemos demostrar la manera de prevenirlas o de influir en su desarrollo.

En tercer lugar, ¿ podemos afirmar que esos medios se aplican de manera eficaz, económica y aceptable a las poblaciones adecuadas? A esa pregunta sólo podemos responder parcialmente. Por

una parte, se han realizado auténticos progresos; en muchos países ha disminuido la mortalidad, y en las naciones en desarrollo ya no existe el riesgo generalizado de las enfermedades mortales de la infancia sino una situación en que las catástrofes colectivas han cedido el paso a una serie de amenazas para la salud individual. Es lícito pensar que ello se debe en parte a los avances de la medicina y al desarrollo de los servicios de salud, pero, probablemente, nunca podremos calcular la influencia que han tenido al respecto las tranformaciones sociales y económicas y las consiguientes mejoras físicas observadas simultáneamente. Los programas mundiales contra el paludismo y la viruela se han desarrollado con independencia de los cambios sociales y económicos, por lo que resulta más evidente que en ese caso el mérito es de la medicina. Es cierto que, también en ellos, ha habido errores, dificultades y fracasos, pero los tangibles e impresionantes resultados obtenidos parecen indicar la posibilidad de aplicar los mismos criterios en otros sectores. Ahora bien, al lado de esos éxitos ¿ qué nos encontramos en el otro platillo de la balanza? ¿ Por qué sólo podemos mencionar algunas enfermedades? ¿ Por qué tenemos que reconocer que muchos de esos cambios se registran únicamente en algunos países? Porque no

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y que en los países donde eso ocurre los servicios existentes se utilizan poco o se ignoran.

Como explicación se aducen generalmente cuatro razones : falta de recursos, falta de personal técnico, falta de educación sanitaria y falta de planificación y gestión. Estoy persuadido de que las cuatro explicaciones son válidas pero es comprensible que abrigue ciertas dudas sobre los argumentos en que se basan los que les atribuyen tanta importancia.

En muchos países del tercer mundo, la proporción del presupuesto nacional que se asigna a aten- ciones sanitarias es bastante análoga a la que se destina a las mismas atenciones en el mundo desarro- llado. A ello hay que añadir las cantidades que los individuos o las familias gastan en el cuidado de su propia salud; es de suponer que esas cantidades representan una parte importante de las disponibili- dades de los particulares. Tal vez el total siga siendo pequeño en cifras reales, si queremos organizar servicios de salud como los que se encuentran en los países desarrollados. Pero no está nada claro que sea eso lo que esas poblaciones desean ni, por supuesto, lo que necesitan para reducir la gravedad de sus problemas de salud. Aunque no son muchos los ejemplos que podemos utilizar para comparar los deseos y las necesidades de esas poblaciones con los recursos que es posible asignar, tal vez la diferencia no sea tan grande como habíamos imaginado.

Un servicio de salud no se puede concebir sin personal capacitado; sin embargo, se ha dicho que algunos países forman personal para trabajar en el extranjero. La formación de personal de salud entraña una serie de medidas destinadas a atender necesidades específicas de los servicios sanitarios y no es una actividad que pueda emprenderse sin tener en cuenta esas ne cesidades. Además, es dudoso que la provisión de personal en número suficiente baste por sí sola para que un servicio de salud deficiente empiece a funcionar mejor. Pese a los que afirman lo contrario, es evidente que, en materia de dota- ción de personal, se ha impuesto a gran parte del mundo en desarrollo un sistema que le es extraño y que difícilmente puede funcionar eficazmente en las condiciones allí reinantes.

Sin dejar de reconocer que es preciso informar al público y que la educación sanitaria es esencial, también es cierto que hemos de proceder con prudencia al formular suposiciones. Si el hombre sigue exponiéndose a riesgos como los que entrañan el hábito de fumar, la obesidad, la promiscuidad sexual, la falta de ejercicio y las diversas tensiones no es simplemente por ignorancia. Sería erróneo suponer

que el comportamiento humano cambiará radicalmente como resultado de la información, por ejemplo, sobre los efectos de los embarazos demasiado frecuentes y de una dieta mal equilibrada o sobre la importancia de la inmunización.

La experiencia adquirida del pasado, el conocimiento del presente, las pocas certidumbres y las muchas dudas se combinan para sugerir la conveniencia de proceder a un nuevo estudio crítico no sólo del orden de prioridades sino también de la estrategia futura. Por supuesto, que hemos de aprovechar los éxitos obtenidos y seguir no sólo subsanando las deficiencias de nuestro conocimiento de las enfermedades sino también perfeccionando los instrumentos de que disponemos para combatirlas. Ahora bien, parale- lamente deberíamos quizá dedicar una atención más directa al individuo y a las pequeñas colectividades, es decir a las unidades básicas, y ello no tanto para ver la manera de alcanzar nuevos objetivos de salud sino más bien con el fin de esclarecer los problemas fundamentales y establecer en consecuencia las normas a que se ajustará en adelante el desarrollo en los servicios de salud. Hemos de tener el valor y la habilidad suficientes para dirigirnos directamente al individuo e interrogarle sobre sus necesidades y problemas, y hemos de descubrir las condiciones y factores que determinan las posibles soluciones.

Uno de esos factores es sin duda alguna el coste, pero además se sospecha que existen otros relacionados con la dignidad humana, la alteración del sistema de relaciones sociales establecido y el quebran- tamiento de la autoridad. Personalmente, no me cabe la menor duda de que si conocemos los problemas encontraremos las soluciones; podría entonces establecerse un módulo básico nacional y a partir de él ir creando una red de servicios de salud viables, fáciles de dirigir y eficaces.

Es evidente que los servicios de salud han de tener alcance nacional y basarse esencialmente en los recursos del país donde estén instalados. Ello no obstante, la creación de un servicio nacional necesi-

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desarrollarse por sí solo. La OMS, gracias a sus atribuciones, a su estructura y a las relaciones que mantiene con los países, puede desempeñar un papel decisivo en ese proceso. Para ello deberá, sin embargo, delimitar con más precisión los problemas, aprovechar mejor sus relaciones con los investi- gadores y con el público, y participar más activamente en los esfuerzos intensivos a largo plazo de los países siempre que se presente la oportunidad. Las dificultades residen por igual en el modo de abordar la cuestión y en las diferencias de orden de prioridad, como puede apreciarse en la reseña de nuestros éxito y fracasos. La justa apreciación de los resultados que se indican a continuación permitirá encon- trar más fácilmente las soluciones adecuadas.

Sigue disminuyendo la amenaza que representaban muchas enfermedades transmisibles, y el mejor ejemplo es el retroceso espectacular de la viruela en todo el mundo, hasta el punto de que cabe pensar en su erradicación completa en el curso de los próximos años. Desde 1967, año en que la Organización emprendió su campaña intensiva de erradicación, la incidencia anual estimada de la viruela ha descen- dido de 2,5 millones de casos a menos de 200 000. El número de países que han notificado casos de viruela ha pasado de 91 en 1945 a 42 en 1967 y a 19 en 1972. A fines de 1972 se estimaba que la viruela seguía siendo endémica únicamente en siete países, es decir, en 23 menos que en 1967.

En esta campaña mundial, la vacunación y la vigilancia sistemáticas han resultado tan eficaces que nada se opone a que la viruela desaparezca para siempre, una vez interrumpida su transmisión. La campaña antivariólica ha dado resultados tangibles y suficientes para impresionar a las autoridades preocupadas por los problemas financieros. A raíz del enorme retroceso de la enfermedad, el Reino Unido y los Estados Unidos de América han podido reducir sus programas de vacunación hasta tal punto que sólo los Estados Unidos han llegado a enconomizar cada año sumas casi equivalentes al presupuesto anual de la OMS. Es ésta una consecuencia directa de la campaña mundial contra la viruela y, en realidad, ningún ejemplo pone mejor de manifiesto las considerables ventajas económicas que puede reportar la cooperación internacional en materia sanitaria.

El notable éxito de esta campaña nos lleva a preguntarnos si no se podría emprender un ataque análogo contra otras enfermedades. Ahora bien, la respuesta es dudosa.

Las dificultades han sido mucho mayores en el caso de otra enfermedad que, a juicio de la Asamblea de la Salud, era susceptible de erradicación: el paludismo. Al emprender en 1956 la campaña mundial de erradicación del paludismo, la OMS partía del principio de que era posible interrumpir la transmi- sión con el empleo de insecticidas de acción residual y, en efecto, la campaña ha permitido obtener resultados muy notables. En 1945 se calculaba que vivían en regiones palúdicas cuando menos 1800 millones de personas. En el curso de los 15 años últimos 721 millones de habitantes de zonas anterior- mente palúdicas han sido liberados de la amenaza de esa enfermedad y otros 631 millones de personas están ahora protegidas, sea por operaciones de rociamiento y de vigilancia, sea mediante la adminis- tración regular de medicamentos. De los 480 millones restantes que viven en zonas donde aún no se han iniciado programas de erradicación, 210 millones reciben los beneficios de programas antipalúdicos de alcance limitado. A causa de los problemas de organización, de financiación, de logística y de tecno- logía que se plantean, el progreso de la erradicación del paludismo no ha sido espectacular en todos los países. Sin embargo, las tasas de morbilidad y de mortalidad por paludismo se han reducido consi- derablemente, incluso en zonas donde las actividades han avanzado con mayor lentitud de lo previsto.

Es preciso concentrar ahora la atención sobre esos 270 millones de personas que viven en zonas palúdicas, sobre todo en Africa al sur del Sahara, y que no reciben ninguna protección sistemática contra la enfermedad. La falta de recursos y de personal competente unida a las condiciones ecoló- gicas complejas que reinan en esas regiones favorecen la persistencia de la transmisión palúdica e imposibilitan la erradicación del paludismo en breve plazo. Para frenar los avances de una enfermedad

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esfuerzo, a fin de organizar la lucha antipalúdica, con la ayuda técnica de la OMS y la cooperación de países más prósperos, como parte integrante de los servicios generales de salud. Dos tareas son de una importancia capital para el programa mundial de lucha contra el paludismo : la formación de malarió- logos que conozcan a fondo las cuestiones de higiene tropical y del medio y en particular la epidemio- logía de las enfermedades transmitidas por insectos y la manera de combatirlas, y el fomento de las investigaciones a fin de encontrar métodos adecuados de lucha antipalúdica en los lugares donde de momento no es posible lograr la erradicación en un plazo determinado.

Son muchas las razones que impiden una completa consolidación de los enormes progresos reali- zados. Algunas de ellas guardan relación con la naturaleza de la propia enfermedad y con los métodos

aplicados para interrumpir su transmisión. Otras residen, tal vez, en la suposición infundada de que una empresa de esa índole puede tener éxito sin una organización de servicios de salud que presten asis- tencia preventiva y curativa a todos los sectores de la población, y que, por lo tanto, gocen de la con- fianza de la colectividad y dispongan al mismo tiempo de los medios necesarios para combatir el paludismo.

La tuberculosis es una de las enfermedades que se conoce bien y contra la que disponemos de medios sencillos y eficaces. Ello no obstante, sigue ocupando el segundo lugar entre los problemas de salud prioritarios en cuatro de las seis regiones de la OMS. En toda la Región del Pacífico Occidental, es

incluso el problema sanitario más apremiante. Esta situación se debe en gran parte a que, salvo en algunos países, la vacunación con BCG no se ha practicado con la intensidad necesaria.

Hay razones fundadas para creer que bastaría con una tasa elevada de inmunización mantenida durante el tiempo suficiente en la población susceptible para que esta enfermedad retrocediese hasta el punto de ser relativamente insignificante. Sin embargo, a causa del largo intervalo que media entre la

infección y la aparición de las manifestaciones clínicas, esa tarea llevaría tiempo, no ya los pocos años necesarios en el caso de la enfermedades infecciosas agudas sino por lo menos el espacio de una gene- ración. Es preciso también que los médicos comprendan mejor la utilidad de la vacunación con BCG.

Ahora bien, incluso en ese caso, es tal la cantidad de personas ya infectadas que sería imprescindible una labor continua de inmunización de los individuos susceptibles, y para ello no bastaría con una campaña sino que habría de establecerse una estructura orgánica permanente. Esa estructura es también necesaria para las actividades de tratamiento, que han sufrido una transformación radical. Las investi- gaciones sistemáticas, y en particular los ensayos clínicos controlados emprendidos con la colaboración de la OMS, han tenido consecuencias de gran alcance. Se ha comprobado que el tratamiento en insti- tuciones, que desorganiza la vida familiar y social, no ofrece ninguna ventaja sobre el tratamiento ambulatorio y puede suprimirse. El descubrimiento de que los enfermos dejan de ser contagiosos poco después de iniciada la quimioterapia, unido a la eficacia de ésta, significa que no es preciso separarlos de su medio familiar y que pueden incluso seguir trabajando. El poder aífrmar que, en la mayoría de los casos, no hay ninguna razón que impida tratar la tuberculosis fuera del hospital representa un progreso enorme.

Las condiciones epidemiológicas, económicas y sociales que exige la puesta en marcha de un programa antituberculoso racional sólo pueden reunirse si se dispone de una amplia red de servicios con un gran número de centros de diagnóstico y de tratamiento que esté a la disposición de los pacientes que necesiten asistencia en cualquier momento y en cualquier lugar. Ahora bien, sólo los servicios generales de salud pueden organizar una red semejante. En el curso de los dos últimos decenios, la OMS ha desplegado esfuerzos considerables para fomentar las investigaciones encaminadas a definir una tecnología uniforme para la localización y el tratamiento precoces de los tuberculosos contagiosos.

Gracias a la simplificación y a la normalización de todas las actividades, antes reservadas exclusiva- mente a los especialistas, es posible hoy día confiar su ejecución sin riesgo a médicos no especializados e incluso al sanitario no médico.

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medios técnicos necesarios para combatirlas con eficacia. Exiten, por ejemplo, fuera del hombre, focos naturales de peste que es imposible eliminar, por lo que subsiste el peligro de que esta enfermedad se propague entre las poblaciones humanas. La gripe, enfermedad verdaderamente internacional, afecta a millones de personas cada año. Somos incapaces de prevenir su propagación, pero es posible proteger a los individuos mediante la vacunación y, en los países adelantados, los grupos más expuestos tienen, por lo general, la posibilidad de vacunarse. Sin embargo, cuando aparecen nuevas cepas de virus puede

ocurrir que las vacunas preparadas con cepas anteriores no sean eficaces.

La fiebre amarilla pertenece a una categoría diferente. Ha desaparecido prácticamente de las ciu- dades de las Américas y en esa región no es hoy día más que una enfermedad profesional de las per- sonas que penetran en las zonas de selva. En Africa, donde la situación ecológica es diferente, no ha

desaparecido la amenaza de importantes brotes epidémicos. Por fortuna, la vacuna antiamarílica es muy eficaz y la inmunidad que confiere tal vez se prolongue más allá de los diez años que actualmente se le calculan.

La rabia de los animales salvajes es otra enfermedad sobre la cual carecemos de los conocimientos precisos para prevenir el peligro de su propagación al hombre. Transportada por el zorro rojo, que es su principal vector animal, esta enfermedad está propagándose actualmente por Europa y penetrando en países que desde hace mucho tiempo estaban libres de ella. Los enérgicos esfuerzos desplegados para

reducir el número de zorros en las zonas fronterizas hasta impedirles que penetren en otros países han fracasado.

Las enfermedades infecciosas de la infancia (difteria, tos ferina, tétanos, poliomielitis, sarampión) son buenos ejemplos de enfermedades respecto de las cuales disponemos de los instrumentos adecua- dos, pero no de los conocimientos necesarios para utilizarlos eficazmente incluso en los lugares donde existe un sistema de prestación de asistencia médica. Urge emprender investigaciones para encontrar respuesta a toda una serie de preguntas : ¿ Cuántas vacunas pueden administrarse al mismo tiempo ?

¿ Cuál es el intervalo máximo posible entre dos vacunaciones ? ¿ Cómo se puede aumentar la estabilidad de las vacunas para facilitar su utilización en regiones remotas? ¿ Cuál es la manera más eficaz de administrar la vacuna a la población en el momento oportuno ? ¿ Es posible obtener vacunas más baratas ? ¿ Cuál es la forma más sencilla de preparar las vacunas para que puedan utilizarlas las madres, las familias o el personal sanitario rural ? Hay razones fundadas para creer que es posible responder a esas preguntas y que existe un amplio campo para la aplicación de las respuestas.

No cabe duda de que las administraciones nacionales y la OMS podrían reaccionar con más eficacia y menos gastos si establecieran un sistema de vigilancia aplicable a un amplio grupo de enfer- medades.

El hombre viaja más a menudo y más lejos, a medida que los medios de transporte más rápidos y más baratos ponen a su alcance los países lejanos. El volumen del tráfico internacional es tal que el riesgo de importación de enfermedades exóticas aumenta regularmente. Algunas enfermedades contraídas en el extranjero, como el paludismo, sólo son peligrosas para la persona afectada si ésta regresa a una zona no receptiva, pero otras, como la viruela y el cólera, representan una amenaza para cualquier colectividad a la que regrese el viajero.

La OMS ha organizado sistemas complejos para difundir las notificaciones de enfermedades, pero cualquier sistema, por muy perfeccionado que sea, no vale ni más ni menos que lo que valen las infor- maciones de que se alimenta. Sufrimos de una insuficiencia crónica de notificaciones. Las informa- ciones disponibles en el plano internacional son incompletas. Es posible que este problema sólo tenga una solución parcial y que el costo y la dificultad de establecer un sistema verdaderamente eficaz hayan de evaluarse en función de las necesidades, problema por problema y enfermedad por enfermedad.

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transmisibles. Los trastornos mentales ofrecen un buen ejemplo.

En cualquier población, alrededor del 10% de los habitantes están llamados a sufrir trastornos mentales graves en algún momento de su vida y el número de personas afectadas en todo tiempo asciende cuando menos al 1 %. Es más, parece seguro que la frecuencia de ciertos trastornos mentales, y en particular los de tipo psicogeriátrico, irá en aumento. La escasez de los recursos, sobre todo humanos, de que se dispone para cuidar a las numerosas personas afectadas ha hecho necesarios la investigación y el ensayo de nuevos métodos, tales como el tratamiento de los enfermos crónicos en el seno de la colectividad, por ejemplo. Se recurre para ello a diversos medios de psiquiatría social: servi- cios centrados en la colectividad, hospitales diurnos, albergues, talleres protegidos y alojamiento de enfermos crónicos como huéspedes en el seno de familias.

El conocimiento de este grupo de trastornos presenta grandes lagunas tanto en lo que respecta a una definición clara de los estados patológicos como al esclarecimiento de su etiología. Sin embargo, los instrumentos de que disponemos aumentan rápidamente. Desde la Segunda Guerra Mundial, ningún adelanto de la psiquiatría ha tenido más importancia que el descubrimiento de los medicamentos psico-

trópicos, innovación que ha ido seguida rápidamente por un cambio de orientación de la psiquiatría en un sentido más social. La quimioterapia no sólo ha permitido tratar a grupos enteros de pacientes hasta entonces condenados a pasar el resto de su vida recluidos en instituciones, sino también eliminar muchos de los síntomas predominantes, logrando a veces mejorías espectaculares en la salud de los enfermos.

La principal consecuencia de este progreso - que me atrevería a calificar de conquista decisiva - es que la hospitalización prolongada a que tradicionalmente se venía sometiendo al enfermo mental resulta ya inútil en la mayoría de los casos. En la actualidad, la inmensa mayoría de los casos psiquiátricos pueden tratarse fuera del hospital. En realidad, nos encontramos ante el hecho de que la asistencia a los enfermos mentales, hasta ahora prestada sobre todo por lo psiquiatras, se confía cada vez más a

los servicios generales de salud, hasta el punto de que en un gran país de Europa 19 de cada 20 pacientes son tratados por médicos generales. La consiguiente disminución de la demanda de camas en los hospi-

tales psiquiátricos no significa que los recursos asignados a los enfermos mentales puedan reducirse - pues de hecho son insuficientes en casi todos los países - sino, simplemente, que deben utilizarse en forma diferente.

No cabe duda de que los psiquiatras tendrán que desempeñar nuevas funciones y actuar con fre- cuencia como consultores de los servicios generales de salud. Al concentrar sus esfuerzos en algunos de los problemas que hoy día nos preocupan, contribuirán quizá a hacernos comprender mejor los efectos psicosociales del medio, es decir, de la urbanización, la modificación de las estructuras sociales, la superpoblación y el aumento del ritmo y de las tensiones de la vida moderna.

Nos ocuparemos ahora, simultáneamente, de dos importantes problemas de salud pública muy distintos, el cáncer y la hipertensión, ya que en el estado actual de nuestros conocimientos se trata de dos enfermedades que exigen una localización precoz para poder ser tratadas con eficacia. Por desgra- cia, el diagnóstico precoz, aunque su importancia esté universalmente reconocida, no está aún suficiente- mente generalizado.

Nuestro concepto del cáncer ha evolucionado profundamente desde la fundación de la Organi- zación. Antes de esa época, sólo algunos agentes físicos o sustancias químicas eran conocidos por su

carcinogenicidad; actualmente, gracias a las investigaciones con animales, confirmadas en ciertos casos por estudios epidemiológicos, se tiene la certeza de que muchos grupos de sustancias químicas son carcinógenas y se han ampliado considerablemente nuestros conocimientos sobre la etiología vírica de ciertas formas de cáncer. Es éste un sector en el que la Organización se ha mostrado siempre muy activa y su labor ha cobrado un nuevo impulso con los trabajos del Centro Internacional de Investiga- ciones sobre el Cáncer.

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eliminación de los agentes carcinógenos del medio, pero la cifra es probablemente elevada. Sabemos que podrían evitarse prácticamente todos los casos de cáncer de origen profesional si se tomasen las medi- das adecuadas para impedir que los trabajadores entren en contacto con sustancias carcinógenas.

La adopción de medidas inmediatas y positivas para eliminar los agentes carcinógenos del medio ofrece un amplio campo de acción a las autoridades de salud pública.

Otro progreso importante ha sido la aplicación sistemática y científica de métodos epidemio- lógicos para determinar la posible relación entre ciertos factores etiológicos y el cáncer. Uno de los estudios de esa índole que han sido objeto de mayor publicidad es el que demuestra de un modo convin- cente que la incidencia del cáncer bronquial está estrechamente relacionada con el hábito de fumar cigarrillos. Los hechos demuestran que reduciendo el consumo de ese producto tan nocivo se puede reducir de manera significativa el cáncer del pulmón, conclusión tanto más importante cuanto que los resultados del tratamiento de ese tipo de cáncer distan mucho de ser satisfactorios.

La tarea inmediata de las autoridades sanitarias, además de la adopción de medidas preventivas contra los factores perjudiciales del medio, consiste en fortalecer los servicios de diagnóstico precoz, a fin de que los enfermos de cáncer puedan ser tratados en el estado menos avanzado posible, es decir, cuando mayores son las posibilidades de éxito. Importante hace 25 años, la localización precoz es hoy día vital, porque el tratamiento es mucho más eficaz que antes; no solamente han mejorado los métodos clásicos de radioterapia y de cirugía, sino que la quimioterapia ha pasado también a ocupar un lugar importante a medida que se ha comprobado la utilidad de los nuevos medicamentos. Pocas personas han prestado atención a lo que dijo en 1965 un Comité de Expertos de la OMS acerca del tratamiento:

« Este aspecto esperanzador del problema del cáncer no es debidamente apreciado, ni siquiera por los propios médicos; hay demasiados enfermos pesimistas que consultan con médicos tan pesimistas como

ellos ». Sin embargo, las dificultades con que tropieza la Organización para la localización precoz en tanto que medida de salud pública no podrán superarse fácilmente, porque el reconocimiento en masa de poblaciones enteras es una operación sumamente compleja y costosa. Por eso hoy día los especialistas se orientan hacia una solución más práctica: la localización selectiva aplicada a los grupos muy vulne- rables. El estudio de este importante problema se ha convertido en un elemento principal del programa de lucha contra el cáncer emprendido por la OMS.

La hipertensión arterial es el trastorno circulatorio más frecuente en todo el mundo, pues afecta a un 10 % aproximadamente de los adultos, tanto hombres como mujeres. Esta afección sólo es rara en algunas tribus muy primitivas y en poblaciones que viven a gran altitud. Entre los enfermos de hiperten- sión arterial, los más numerosos son los que sufren hipertensión esencial, seguida de parénquima renal y de trastornos vasculares renales.

Hasta los primeros años del decenio de 1950 no empezaron a aparecer medicamentos sintéticos modernos capaces de hacer bajar la presión arterial; esos medicamentos han modificado enteramente el pronóstico de la hipertensión. En efecto, hoy día es posible mantener en buena salud durante años a los pacientes con hipertensión maligna. Gracias a la administración continua de medicamentos hipo - tensores, es posible evitar en gran medida las complicaciones graves de la hipertensión, es decir, el ataque cerebral, el síncope cardiaco por hipertensión y las nefropatías del mismo origen. Aún no sabemos, sin embargo, si ese tratamiento reduce, y en qué medida, la incidencia de la cardiopatía isquémica, de la que la hipertensión es uno de los principales factores de predisposición. Por desgracia, el tratamiento sumamente eficaz de que disponemos sólo se administra a una parte de los individuos hipertensos, pues muchos de ellos no presentan ningún síntoma que les incite a consultar a un médico y, en muchos casos, los que comienzan el tratamiento medicamentoso no lo prosiguen durante el largo periodo necesario. Puesto que hay grandes posibilidades de reducir las graves complicaciones de la hipertensión y que actualmente somos incapaces de aplicar el tratamiento a todos los que lo necesitan, es preciso adoptar medidas que permitan localizar y tratar a todos los individuos hipertensos en la fase más incipiente posible de su enfermedad. La OMS ha emprendido programas piloto de lucha contra la hipertensión que abarcan en total a unas 750 000 personas distribuidas en 15 colectividades de diversas regiones del mundo. Se espera que dentro de pocos años esos programas permitan hacerse una

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a fin de prolongar la vida activa de las innumerables personas que presentan una presión sanguínea excesiva. Es preciso mantener al público en general al corriente de todas las novedades, pues su partici- pación activa es indispensable para el éxito de los programas.

Pasaremos ahora a considerar dos grupos aparentemente dispares de enfermedades que, sin embargo, reflejan ambos en una medida considerable las tendencias sociales, pues dependen del comportamiento humano, a saber, las enfermedades venéreas, y la dependencia de las drogas y el alcoholismo. El fracaso de la lucha contra las enfermedades venéreas es motivo de preocupación en todo el mundo. El descubri- miento de los antibióticos y los progresos de las técnicas de diagnóstico hicieron abrigar, al principio, grandes esperanzas y hace 25 años algunos especialistas eran bastante optimistas para pensar que esas enfermedades podrían eliminarse rápidamente. Esa esperanza persistió hasta 1958, pero pronto la prevalencia de estas afecciones volvió a subir hasta alcanzar los niveles registrados durante las grandes conmociones sociales provocadas por la guerra. Actualmente, pese a que el tratamiento es eficaz y el diagnóstico seguro, el mundo debe enfrentarse en la práctica con una verdadera epidemia.

La gravedad de la situación no ofrece lugar a dudas. Las autoridades sanitarias nacionales registran oficialmente tasas de 300 a 500 casos de blenorragia por 100 000 habitantes, pero reconocen que esa cifra sólo representa una fracción de la morbilidad real. En casi todos los países, la prevalencia aumenta

cada año en un 8 a 10% y las víctimas son principalmente jóvenes entre los 15 y los 25 años.

En lo que se refiere a la sífilis, la situación es tal vez un poco menos alarmante. No obstante, en los países donde se ha logrado reducir considerablemente la frecuencia de las treponematosis endémicas gracias a campañas en masa, se teme que las nuevas generaciones que han dejado de estar inmunizadas por esas infecciones endémicas se vuelvan receptivas a la sífilis, cosa que está ya ocurriendo en algunas

regiones.

¿ Como explicar la paradoja de la propagación de estas enfermedades, que no llegamos a dominar a pesar de disponer de un tratamiento relativamente sencillo ? Una de las razones es que son sumamente contagiosas; otra es que su propagación depende del comportamiento de los individuos. Todos los factores sociales, psicológicos y económicos que favorecen la promiscuidad contribuyen, al mismo tiempo, a propagar las enfermedades venéreas. Es posible, sin embargo, que la razón principal sea la insuficiente educación sanitaria del público. A ello se añade la circunstancia de que los médicos y otros miembros del personal sanitario a menudo conocen mal las enfermedades venéreas o no les dan la importancia debida. El resultado es que la acción preventiva es poco eficaz, el diagnóstico se formula tardíamente y el tratamiento se limita al paciente sin alcanzar a los contactos. Por lo tanto, la trans- misión persiste y persistirá mientras las enfermedades venéreas se consideren como algo vergonzoso y los que las padecen se muestren reacios a recurrir a la ayuda del médico.

Cuando el comportamiento humano influye en la etiología de una enfermedad, puede ser a veces lógico y conveniente tratar de modificar ese comportamiento, pero ello exige una seria reflexión y largas y arduas campañas. La prevención específica mediante la vacunación no es por el momento más que una esperanza lejana. ¿ Qué medidas pueden tomarse desde ahora para contener el avance de la epidemia ?

En lo inmediato, diversas medidas están al alcance de la mayoría de los servicios de salud. Estos deben determinar la magnitud del problema por medio de la localización de casos, la busca de contactos y la notificación. Los médicos y demás miembros del personal sanitario deben participar activamente en el diagnóstico, el tratamiento y la prevención, en colaboración con los servicios especializados existentes. Las investigaciones epidemiológicas podrán entonces dar todos sus resultados.

En la sociedad contemporánea, pese a la importancia que se concede a la sexualidad, la educación sexual y la educación sanitaria son deplorablemente insufficientes. Todo el mundo lo reconoce, pero

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indispensable actuar con rapidez antes de que las enfermedades transmitidas por vía sexual escapen enteramente a nuestro control.

La dependencia de las drogas y el alcoholismo tienen en común con las enfermedades venéreas dos características: están estrechamente ligadas a un comportamiento por el cual el individuo se expone por sí mismo al riesgo, y la situación ha empeorado considerablemente durante el último cuarto de siglo.

El empleo de sustancias psicoativas con fines euforizantes, médicos o de otra índole remonta proba- blemente a la época prehistórica. Ahora bien, la utilización de drogas que causan dependencia en la escala actual y la inquietud que suscitan sus efectos nocivos son algo nuevo. Hace 25 años, el uso de drogas psicoactivas distintas del alcohol, por lo menos en las culturas occidentales, se limitaba esen- cialmente a ciertas minorías y a los habitantes de ciertos barrios miserables. Ahora, en cambio, las drogas han invadido toda la sociedad y sus efectos perjudiciales, como los del alcohol, afectan a todas las capas sociales y económicas. Las causas de este fenómeno han dado pie a múltiples elucubraciones. Uno de los factores responsables es, sin duda, la revolución de los transportes y las comunicaciones, que permite que las nuevas ideas, igual que las mercancías, se extiendan por todo el mundo a una velocidad sin precedentes.

La utilización de drogas con fines no médicos no es un tema fácil de abordar. Se trata de una cuestión con una gran carga emocional, pues afecta a grupos como la juventud y a valores como la moral, la religión y la ley, que para la mayoría de las sociedades revisten una gran importancia. Es además una fuente de beneficios, no sólo para los traficantes sino también para los productores y, particular- mente en el caso del alcohol, para los gobiernos. Por añadidura, las drogas son difundidas por el vector que tal vez sea el más listo de todos: el hombre. Hacen falta más estudios epidemiológicos para determi- nar a quiénes concierne este problema, cómo, por qué y cuáles pueden ser las consecuencias. Es evidente que los consumidores de drogas no constituyen poblaciones uniformes. Por ejemplo, los 20 millones o más de personas que, según se calcula, han probado la cannabis en los Estados Unidos forman un grupo muy heterogéneo, que va desde quienes renuncian al cabo de dos o tres ensayos hasta la pequeña minoría que llega al estado de dependencia, con toda una serie de diversos comportamientos entre esos dos extremos. La gente se droga por diferentes motivos y de diferente manera.

Queramos o no, los problemas que plantea la utilización con fines no médicos de drogas que causan dependencia están llamados a persistir. Nuestro objetivo inmediato ha de consistir en reducir en la mayor medida posible los daños causados a los individuos y a la sociedad. Pero ante todo y sobre todo, en una época en que las actitudes represivas contra los consumidores de drogas son frecuentes, debemos velar por que las medidas de lucha que imponemos no causen más daño que los trastornos que en principio deben prevenir y combatir.

La situación no es menos inquietante en el caso de otros dos grupos de enfermedades enteramente distintos, pero que cabe considerar como enfermedades socioeconómicas en el sentido de que están estrechamente relacionadas con el nivel de vida y que continuarán causando estragos mientras los médicos, los economistas y los planificadores no coordinen sus esfuerzos. Se trata de las enfermedades perpetuadas por la malnutrición y la insalubridad.

No ha dejado de temerse en el curso de los últimos 25 años que la producción alimentaria mundial no siguiera la cadencia del prodigioso aumento de la población. A falta de cifras razonablemente exactas, ese temor era comprensible y es imposible prever cómo será la situación en el porvenir. Actual- mente, sin embargo, según las últimas cifras de la FAO, el elemento crítico no es necesariamente el suministro de alimentos propiamente dicho. Las proyecciones de la FAO relativas a los productos agrícolas para el periodo 1970 -1980 indican que ni en el plano mundial ni en lo que se refiere a la can- tidad por habitante hay escasez de proteínas. En lo que se refiere a la cantidad de proteínas por habi- tante, los recursos disponibles para el consumo humano son superiores en un 70% a las actuales necesidades.

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temente produce proteínas más que suficientes para cada uno de sus habitantes. La escasez no está justificada y, sin embargo, la insuficiencia es muy real en los grupos más vulnerables y más desfavore-

cidos y en particular entre los jóvenes de los países en desarrollo. El problema clave reside en la dis- tribución desigual de los alimentos : desigual entre regiones desarrolladas y en desarrollo, desigual entre los distintos grupos sociales y económicos y desigual incluso en el seno de las familias. Ciertos paises exportan grandes cantidades de productos alimenticios mientras que su propia población sigue desnutrida. Es preciso aumentar la producción de todos los tipos de alimentos, sobre todo en los países en desarrollo, pero la necesidad más urgente consiste en abordar con criterios nuevos el problema de la distribución.

En años anteriores he aludido repetidas veces a la ingente tarea que representa el abastecimiento general de agua potable y el mejoramiento de la evacuación de desechos líquidos y sólidos. Existe una estrecha relación entre la incidencia de las enfermedades debidas a la insalubridad y el nivel de desarro- llo económico y social, aunque ciertos brotes esporádicos registrados en los países más avanzados nos recuerden con fuerza la necesidad de mantener una vigilancia constante y pongan de manifiesto la existencia en todo el mundo de islotes de insalubridad. Entre las enfermedades imputables a las malas condiciones de saneamiento figuran el cólera, la disentería bacteriana, la fiebre tifoidea, la amebiasis, las infecciones por B. coli y la hepatitis infecciosa. Si tenemos también en cuenta las malas condiciones de vivienda, podemos añadir a esta lista la meningitis cerebroespinal y las infecciones estreptocócicas, en las que el hacinamiento y la contaminación bacteriana del aire desempeñan un papel muy importante.

Algunas de estas enfermedades son objeto de escasa atención, pese a que minan las energías de la población en la mayoría de los Estados Miembros de la OMS. Una encuesta efectuada por la Organi- zación ha revelado que las enfermedades diarreicas son un importante problema de salud en todas las regiones en desarrollo. En un sector en el que las estadísticas son notoriamente insuficientes sabemos, sin embargo, que las enfermedades intestinales, consideradas en conjunto, afectan alrededor de la tercera parte de la raza humana, provocan cada año un elevado número de defunciones y son una de las principales causas de morbilidad en el mundo. Huelga añadir que las principales víctimas son, ante todo, los niños.

En el plano de la técnica se han registrado en los último 25 años alentadores progresos como son el perfeccionamiento de la vacuna antitifóidica y la obtención de una nueva vacuna viva anti- Shigella.

Sin embargo, la solución definitiva -y en ese aspecto el balance es decepcionante - radica en la mejora del saneamiento. Ello exige la inversión de enormes recursos, y es poco probable que el ritmo de los progresos sea más rápido que el desarrollo económico y social en conjunto.

La solución del problema planteado por las enfermedades socioeconómicas no incumbe únicamente al cuerpo médico, sino que sólo puede hallarse mediante una estrecha colaboración entre el espe- cialista de salud pública y el economista e implica, ante todo, la voluntad política de actuar. Se ha reconocido que la nutrición y el saneamiento son derechos humanos inalienables y por eso no debemos vacilar en considerarlos como fines en sí mismos. Son muchas, sin embargo, las personas que todavía deben darse cuenta de que las sumas invertidas en el sector de la nutrición, del agua potable y de otros sectores que afectan a la salud no responden únicamente a fines humanitarios, sino que son una de las condiciones del crecimiento económico. En los años venideros, los profesionales de la salud deberán esforzarse por persuadir a las autoridades políticas de que una población sana es uno de los capitales más valiosos que puede poseer un país y que, si una nación dedica a la salud pública los fondos necesarios, esa inversión será siempre productiva. Los países no pueden soportar la carga que representan para su desarrollo las enfermedades debidas a la insalubridad y a la malnutrición.

La preocupación por la calidad del medio de que está rodeándose el hombre, por su ignorancia, su negligencia y sus abusos se concretó durante el año en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, celebrada en Estocolmo en junio. La Asamblea General de las Naciones Unidas tomó

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rencia. Al establecer un Consejo Directivo para los Programas del Medio, una pequeña secretaría especializada y un Fondo de Donativos para actividades relacionadas con el medio, la Asamblea General ha puesto de manifiesto que los problemas del medio humano abren a la colaboración internacional un campo importante y nuevo cuya complejidad y dificultades exigen la adopción de criterios enteramente nuevos.

De las 109 recomendaciones que comprende el Plan de Acción, 22 conciernen directamente a la OMS y otras 21 tienen interés para la Organización. No hay en ello nada de sorprendente por cuanto la calidad del medio ha sido siempre un tema de primordial importancia para la OMS: la Primera Asam- blea Mundial de la Salud incluyó el saneamiento del medio entre las prioridades fundamentales del programa de trabajo de la OMS. En el curso de los años la Organización ha ampliado el alcance del programa de higiene del medio hasta abarcar, además del abastecimiento de agua y de la evacuación de desechos, la vivienda y la ordenación urbana, la contaminación del aire y del suelo y del agua, la higiene de los alimentos, y la eliminación de desechos radioactivos. Así pues, las propuestas formuladas en Estocolmo no son una novedad para la OMS; en realidad, la 25a Asamblea Mundial de la Salud había destacado la importancia de muchas de ellas antes de que comenzara la Conferencia. Sin embargo, la Conferencia ha servido para llamar la atención del mundo hacia la necesidad de una intervención internacional que permita frenar la degradación del medio humano de manera que resulte viable para la generación actual y las generaciones futuras. Se trata de una empresa basada en la colaboración y la cooperación internacionales que acogemos calurosamente, sobre todo porque viene a reforzar la lucha emprendida contra problemas que hemos reconocido y tratado de resolver desde hace muchos años.

Uno de los temas dominantes de mi Introducción al Informe Anual para 1971 era la necesidad vital de intensificar las investigaciones a fin de obtener los conocimientos indispensables para la lucha contra las enfermedades. Parece evidente que la solución del problema del cáncer depende probablemente del estudio de su patogenia. Un hecho alentador a este respecto han sido los progresos del inmunodiagnós- tico y de la inmunoterapia del cáncer, aunque todavía estén por confirmar las esperanzas suscitadas por los más recientes trabajos de investigación.

Una multitud de preguntas esperan todavía respuesta, antes de poder vencer la arterosclerosis y la cardiopatía isquémica. Se ha de dar prioridad al estudio de la etiología y la patogenia de esas enfer- medades. Como la aterosclerosis suele aparecer en edad temprana, convendría orientar las investiga- ciones no tanto hacia la enfermedad plenamente desarrollada como hacia los modos de prevenir su comienzo y su progresión. Se debe al mismo tiempo prestar la debida atención a la localización precoz y a la curación y rehabilitación de todas las personas de la colectividad que padezcan cardiopatía isquémica. Es de esperar que los resultados de los ensayos preventivos en individuos expuestos al riesgo de contraer esa enfermedad permitan organizar programas en gran escala encaminados a la localización de casos y a su tratamiento y vigilancia.

En el caso de la lepra, aunque los resultados obtenidos en los programas de lucha por medio de la prevención secundaria hacen pensar que la incidencia de casos secundarios puede reducirse considerable

mente, carecemos todavía de una vacuna específica y de una prueba cutánea de diagnóstico.

Cuatro importantes parasitosis transmitidas por vectores, a saber, la esquistosomiasis, la filariasis, la tripanosomiasis y la oncocercosis, afectan a cientos de millones de personas, aunque no tengamos una idea exacta de su prevalencia y de su gravedad y no podamos estimar, por lo tanto, su verdadero coste económico y social. La esquistosomiasis sigue sin poderse dominar en la mayoría de las regiones endémicas y en algunas de ellas se propaga o adquiere una importancia creciente. Nuestros conoci- mientos acerca de los aspectos epidemiológicos y entomológicos de la oncocercosis aumentan, pero

todavía no se ha esclarecido la patogenia de su complicación más importante, la oncocercosis ocular.

En muchas zonas no se ha logrado todavía dominar la filariasis y, por otra parte, hay pruebas de que

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americana, la enfermedad de Chagas, no se dispone de ningún tratamiento eficaz. En el caso de todas esas enfermedades, son indispensables investigaciones intensivas sobre la ecología de los vectores y la lucha antivectorial, y sobre la introducción de agentes profilácticos y curativos aceptables.

El conocimiento cada vez mayor de la complejidad y la interdependencia de los factores que influyen en el desarrollo humano y en la salud pública ha movido a numerosas administraciones sanitarias a conceder una atención prioritaria a las necesidades relacionadas con el crecimiento y desarrollo óptimos, al menos de los miembros más vulnerables de la familia. Ello significa, en la mayoría de los países en desarrollo, la acción múltiple y coordinada de especialistas en distintas disciplinas mediante la

asistencia a la madre y al niño que comprende la planificación de la familia como medida sanitaria.

El crecimiente número de peticiones de ayuda recibidas de los Estados Miembros para la prestación de asistencia en materia de planificación familiar ha obligado a la OMS a intensificar su programa general de investigación en dos direcciones relacionadas, aunque distintas: una se refiere a la epidemio-

logía, al comportamiento sanitario y a la investigación operativa en lo que respecta a la prestación de asistencia para la planificación de la familia, y la otra guarda relación con los aspectos biomédicos de la reproducción y, especialmente, en los agentes reguladores de la fecundidad, aunque también abarca otras cuestiones como la esterilidad, el embarazo, la lactancia y el crecimiento fetal.

Uno de los programas de investigación más ambiciosos emprendidos hasta ahora por la OMS es el Programa Ampliado de Investigación, Desarrollo y Formación de Investigadores sobre Reproduc- ción Humana, uno de cuyos objetivos es el establecimiento de diversos métodos inocuos, eficaces y aceptables de regulación de la fecundidad. Especialistas de instituciones de numerosos países colaboran en este programa, que comprende también encuestas biológicas y sociológicas encaminadas a ampliar nuestros conocimientos sobre la aceptación de los agentes reguladores de la fecundidad en diferentes poblaciones y medios culturales. Otro objetivo del programa es colaborar en la creación o el perfec-

cionamiento de instituciones nacionales encargadas de llevar a cabo investigaciones biomédicas, epide- miológicas y operativas sobre cuestiones de interés prioritario para los paises en esta esfera.

Es comprensible que las administraciones sanitarias se ocupen ante todo y sobre todo de resolver los problemas inmediatos. No podemos olvidar, sin embargo, que nuestra única esperanza de progreso reside en la intensificación de las investigaciones. Empiezan a precisarse los sectores en los que es posible realizar avances decisivos. Podemos, pues, orientar nuestros esfuerzos en las direcciones que

ofrecen las mayores posibilidades de éxito. Esta intensificación de las investigaciones exigirá la movili- zación de todos los recursos disponibles: instituciones, universidades, fundaciones y asociaciones pro- fesionales, e industria farmacéutica.

Varios grupos de enfermedades reclaman, pues, encarecidamente la atención de las autoridades de salud pública, y cada uno de manera diferente. En relación con todos ellos, y en realidad con todo el sector de la salud pública, se advierte de modo constante que si bien cada nación debe pensar, planear y actuar colectivamente en pro de la salud de la población, la mayoría de los problemas sanitarios con que nos enfrentamos en el mundo de hoy exigen el contacto directo entre el individuo y los servicios de salud y, por lo tanto, una decisión individual. Si se establece ese contacto entre las personas adecuadas y en la situación y el momento oportunos, podemos aplicar eficazmente los medios con que ya contamos.

En ciertos casos los servicios de salud pueden determinar la persona, la situación y el momento opor- tunos, pero sin que se logre el contacto, y esto tanto por dificultades de organización como también por falta de confianza de la población en los servicios de salud. No es probable que se pueda poner remedio a este estado de cosas si no fomentamos la organización de los servicios de salud como expresión de los deseos de los individuos, las familias y las colectividades de las ciudades y aldeas; esos servicios han de responder maniflestamente a las necesidades más urgentes de la población, y no actuar como agentes de fuerzas exteriores, aunque sea a título gracioso. Estas consideraciones se aplican a problemas tan

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de casos o la mejora de las condiciones de vida y de saneamiento.

Para que un esfuerzo así orientado tenga probabilidades de éxito es indispensable que los individuos, las colectividades y los gobiernos, con el apoyo de la comunidad internacional, estén decididos a dedicar a los problemas de salud una proporción razonable de sus recursos. Por su parte, la OMS hará cuanto esté a su alcance para ayudar a los Estados Miembros a acelerar el desarrollo de sus servicios de salud.

La lectura atenta de la lista de proyectos que figuran en el cuerpo del presente informe da una idea de la amplitud y de la diversidad de los esfuerzos ya desplegados en este sentido. De nada serviría, en la etapa actual, que las naciones en desarrollo siguieran exactamente los pasos de los países más avanzados. Más vale que utilicen su imaginación para explotar a fondo los medios de que disponen y no vacilen en ensayar todo tipo de innovaciones. Para superar las dificultades que acarrea la extrema penuria y la distribución desigual de los médicos, por ejemplo, muchos países recurren actualmente a los auxiliares de medicina que prestan una asistencia elemental a una mayor proporción de la población, solución que cabría perfeccionar y aplicar más extensamente.

Aunque ya me he referido brevemente a la formación y perfeccionamiento del personal de salud, me permito volver con mayor detenimiento sobre esta cuestión, que es uno de los elementos esenciales de

todo programa de fortalecimiento de los servicios sanitarios. La penuria de personal de salud no se resolverá simplemente con la instalación de medios de formación mejores y más numerosos sin tener para nada en cuenta la estructura de los servicios de salud de los países interesados ni las necesidades que esos servicios tendrán que atender. En muchos países, sin embargo, las instituciones de formación del personal de salud siguen funcionando más o menos en el vacío, con objetivos mal definidos y una com- prensión insuficiente o nula de las realidades de la situación sanitaria. No sólo es preciso establecer lazos

más estrechos entre las administraciones sanitarias nacionales y las instituciones que les proporcionan su personal sino también prestar una atención particular al problema más amplio que plantea la planifi- cación del personal de salud en las proyecciones a largo plazo del desarrollo social y económico. El fortalecimiento de los servicios de salud depende en gran medida de una utilización óptima del personal de salud tanto profesional como auxiliar. Se reconoce hoy día que la formación debe orientarse en función de la ocupación que se ha de desempeñar, y que ésta ha de adaptarse al trabajador por medio de

una mejor organización y una mejor concepción del trabajo.

Nada de ello es posible sin una planificación detallada del personal de salud, que permita equilibrar la oferta de personal con la demanda real de servicios y con la capacidad de la población para pagar esos servicios, sea directamente, sea por intermedio del Estado. Es de esperar que los Estados Miembros comprendan plenamente las ventajas de una planificación más amplia y más detalladas en ese sector.

La orientación que acabo de esbozar exige ciertas innovaciones en la organización de las adminis- traciones sanitarias nacionales, en la formación de los trabajadores sanitarios, en la planificación del personal de salud y, en particular, en la planificación de la enseñanza. Si bien es alentador advertir que ciertos países están adoptando un método de planificación sanitaria basado en estudios de personal y en sistemas de vigilancia es evidente que los cambios indispensables en ese sector exigirán esfuerzos tenaces y prolongados.

La Organización presta actualmente una atención particular al análisis de la migración inter- nacional de personal de salud especialmente capacitado. Necesitamos comprender mejor lo que se ha llamado el « éxodo de cerebros », es decir sus causas y sus efectos, el número de personas afectadas por el problema y las posibles fluctuaciones en el volumen o el destino. Sólo de ese modo estaremos en condiciones de sugerir medidas que los Estados Miembros podrán estudiar con objeto de intervenir en el momento oportuno del proceso.

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la Salud de reconocer a los representantes del Gobierno de la República Popular de China como los únicos representantes legítimos de China ante la Organización Mundial de la Salud.

Es satisfactorio señalar que en el curso del año, Bangladesh, los Emiratos Arabes Unidos, Fiji y Qatar han pasado a ser Miembros de la OMS, y Papua Nueva Guinea, Miembro Asociado, con lo cual la OMS tiene ya 135 Miembros y 2 Miembros Asociados.

A mi entender, no cabe sino encomiar todas las iniciativas de la Asamblea Mundial de la Salud para ampliar el número de Miembros de la Organización y aproximarla a la universalidad, que, como todos reconocemos, es fundamental para el éxito de la labor de la OMS.

No obstante, esa universalidad será una frase vacía si todos los Miembros no participan activa- mente y no se esfuerzan por alcanzar los objetivos comunes en un clima de armonía y de mutua com- prensión. En este año que celebramos el 250 aniversario de la OMS hago pues un llamamiento personal a la RSS de Bielorrusia y a la RSS de Ucrania para que respondan a los votos formulados por la Novena y Décima Asambleas Mundiales de la Salud y reanuden su participación activa en los trabajos de nuestra Organización.

Siempre he sostenido que es paradójico hablar de la conveniencia de que la OMS tenga una composición universal y al mismot iempo supeditar la asistencia de la OMS a cualesquiera de sus Miem- bros a ciertas condiciones o a la introducción de cambios en sus sistemas políticos y sociales. No olvidemos que si bien la Organización trabaja con los gobiernos, y a través de ellos, lo hace en beneficio de las poblaciones de los países respectivos. No tenemos ningún derecho a negarles la asistencia que necesitan por el hecho de que los Estados Miembros disientan en cuestiones que no guardan una relación directa con la consecución del noble propósito que todos ellos reconocieron como el único objetivo de la Organi- zación Mundial de la Salud al aceptar su Constitución.

Director General

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EXPO SICION GENERAL

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