ASo LDI.—N.* 53
Barcelona, sábado
19deAgosto
de 1911 PÁG. 513— JSro son vanos mis antojos, p>u.es toien misdéndos prsdioan
y á lapar me omoifloan
entre neg·rosyentre rojos.
lOCXBNTIlIOa
514
El Diluvio
Dicen que se
han propuesto mticlios señores arreglar los asuntos de las menores porque hay
enlos asuntoscosasmuy feas;pero,
lector de mi
alma, notelo
creasy yaverás
queal cabo de la jornada hablar
sehablará mucho,
pero¿hacer?
¡nada!
Seguirán á estos
casosotros
peoresy se¬
guirán pensando ciertos señores
enescoger un
medio para que
acabe
esode las
menores, queyj
es muy grave.
Pasarácomo pasácon
la limpieza,
quese pre¬dicamucho, pero no
empieza la acción de las vi¬
sitas dimiciliarias que en estas
circunstancias
sonnecesarias.
Hay
depósitos
deagua quedan el opio
enlos
que,
sin la ayuda del microscopio,
seven nosólo
motasy gusarapos,
sino culebras,
ranas,ratas
y sapos y hasta dealgunos de ellos
se mefigura
que
sirven de depósitos de la basura. Esto
no es conveniente, limpio,ni
sano,lo mismo
enel in¬
vierno que en el verano; pero
¿quién
se preocupa de pequcñeces?¿Que hay
enel
aguabichos?
¡Mojar cien veces! Ese es
el más sencillo
proce¬dimiento para queel que
bebe
aguatengaalimen-
Lasnegociaciones del
Vaticano
avanzanrápida¬
mente
to. ¿No hay aguas que
depuran graves malicias¿
Pues
aquí
sonlas
aguasalimenticias y para los
ciudadanos no es ya
misterio
quesonel
pasapor¬te del cementerio.
Aquí,
quetoda higiene
setoma á guas^,
unpa¬
raíso tenemos encada casa, no porque sean
feli¬
ces las casas tales, sino por
ia abundancia
que hay deanimales:
pavos,gansos, gallinas perros
ygatos
queatentan á los oídos y á ios olfatos, y,
en fin, que esuna
dicha la
que setiene cuando se
hace tal caso de doña Higiene.
En cambio, algunas calles son un
modelo... de
cuanto deasqueroso se
halla
enel suelo: verdu¬
ras
pestilentes
yratas muertas, sumideros obs¬
truidos.cloacas
abiertas
y enel suelo descensos
y
elevaciones
quehacen
quecaminemos á trope¬
zones y en
algunos lugares
unalumbrado
quella¬
marledebiéramos un
apagado,
ya quesi
es queno brilla tampoco
alumbra,
y esen.vano queluche
con la
penumbra, siendo, según
medicen, lo triste
y raro que
alumbrando tan poco cuesta tan caro.
De noche ¡oh,
mis lectores!
es underroche de
moral el que se
hace
porestas noches y es porque
haymuchas gentes que no cret n sano gastarmoralidades
enel
verano;yo
enestocreo que
piensan perlectarnente y
11.e ríode las
quejas
de cierta gente.Yo noencuentro motivos, no hallo ra¬
zonespara
turbar mil clases de diversio¬
nes quehacen
la triste vida
menos can¬sada y que no
perjudican á nadie
en nada. Si hayalguno
que enello
seperjudique,
pues que se rasque ycalle á
quien le piquey no Venga conquejas ni
desazones áturbar de sus
prójimos
las diversiones y recuerdenque sehacen
sordas
orejas á las lamentaciones, gri¬
tos y
quejas.
Ya se van acercando las elecciones ytienen
los políticos ocupaciones
gra¬ves que les
obligan
queá
impertinentes,en vez de prestar
oídos,
prestenlos
dientes.
¿Cómono han de
mirarlos
conagrio
gesto,si
Ven que yalas llaves del
presu¬puesto
de las impuras
manosles
arre¬batanycombinas ápares
les desbaratan?
¡Que
Vengan conmicrobios, desin¬
fecciones,
con higieney ornato y otras canciones! Ellos, entre las quejas y otrosextremos, un solo grito escuchan:¡Morir
tenemos!
¿Qué
maspreocupaciones, qué más
enojo, quevivir contemplando
la muerte alojo? ¿Qué
maycrepidemia, ni dónde
hay males como dejarlas plazas de con¬cejales? Eso es lo que preocupa y eso es, en suma, lo que
á
nuestrosediles
mata yabruma
Y
lo quecompetencia
sea dePórtela, ¡oh lector de mivida!
dilo á tuabuela, porque enaquel gobierno
no.seoyen
quejas,
pensando en lavisita
de
Canalejas,
para que no se encuentre que supartido,
aunsiendo indivisible,
seha dividido,y teniendo tan so:o tres
CHARUA insustancial I
Suplemento Ilustrado
figurones,
puescuenta nada
menos que
fracciones
yaun¬quecada unoel censotienta y
escarba,
mira que sonlos
votoscuatro por
barba.
¡Yeso que son los amos los libetales! ¡Vaya con los amigos tides y leales que
consiguió
don Pepe teneral
lado!¡Como otrosno sebus¬
que, se encuentraaviado!
Así,
lector amable,¿quie¬
res unpuerto paragozar un poco
del presupuesto? Haz¬
te
canaiejista
y noseasbolo,
quecomohasde encontrarte casi que solo, no
tendrás quien
teoponga su compe¬tencia, ni encontrarás
obs¬
táculos ni resistencia.
solfanello.
EL PARTIDO
MAS PARTIDO
¡Loentiende elgrobernador!
Este excelente señor va arreglandosupartido,
tanescaso ydividido,
del modo quecree mejor.
Un procedimiento tiene
que esel quemejor conviene
á la política actual:
almuerzo va,a'muerzo viene,
cenaócomida,esigual.
Lo únicomalo que veo en estecaso esque creo quesólo manducan tres
y varesultando feo
tantrinitario interés.
Collaso no va yme escama ydicenque estáenlacama muy enfermo;mas ¡porDios!
¿áquévieneesa camama si los Collasoson dos?
Esto loveelmásmastuerzo;
¿porqué noasisteáunalmuerzo
el quedeellos esté sano?
Laimaginaciónretuerzo paraexplicármelo,en vano.
Hay quien el freno desata
á la mente ydisparata
con juicio bastanteescaso.
Dizquetendrá malapata
un almuerzoconCollaso.
Esto, verdad ó ilusión, tiene visosderazón,
pues que á lapostre Collaso puede darun tropezón,
pues no es seguro su paso.
Pere Gra u,que es unbendito, bueno, baratoybonito,
suele decir sin rubor:
—Yopormínonecesito
á nadie enel comedor.
Sino se arregla el partido
yprosigue dividido,
quesufray rabie Pórtela
ydespués de haber comido
que selo cuente ásuabuela Gente de hado tan fatal comoel gremioliberal
no seencuentrafácilmente y lo hace siempre esagente rematadamente mal.
Habrá almuerzos¡esosi!
Iios acorazados Exmoutb, DuncanyTriumph, delaescuadra in¬
glesadel BSediterránep, queel martes último zarpó denuesro puerto.
EL Dilut»
yhastameparece
á mí
quealgún
orgullo
setrunca'f
yalguienescapa
de allí;
perounión no
tendrán
nunca Lo del viaieson consejas,renuevodecharlas viejas que no
significan nada,
porqueal
fin de la jornada
noha devenirCanalejas.
Asi seguiráelpartido fraccionadoydividido sin vivirysinmorir;
peroalguien podrá
decir:
—iQueme quiten lo
comidol
Fedkr Spiegm..
Los acorazados Swiftsure y Cornwallisy el cañonero
Hussad, da
laescuadrabritánicadel Mediterráneo.
ENTRE mOJEBES
—¿Conque,por
fin casó
usted ála Rosario?—Sí,
hija, sí, gracias á
Dios. No sabe usted elpeso que se meha quitado de
encima. Llevaban yacuatro años de relaciones, y una madrecomo es debido tiene que andar
siempre alerta,
porque
estas chicas
sonunasbobaliconasylos
hom¬
bres tienen muchasconchas y están
á la
quesalta...
— Sí.
dígamelo usted á
mí... Ya Ve usted lo quele pasó á mi Amparo
conaquel
canalla de sargento, que, después de tanto
entrar
y salir en casaytantasmelo¬
sidades, luego
resultó
queeracasado. V
gracias
que miAmparo
es como es y sabe escurrir bien el bulto;que
si
no,hubiéramos
que¬dado lucidas.
— i
Qué hombres, hija,
quéhombres!
—¡Y loquecuestacasar
á
lashijas!
Todavía
meque- dan dos áquien encarrilar.
—Yámí una. Por cierto que
el novio
quetiene
nomegusta
ni pizca.
—Lo
principal
es quele
gusteá ella.
— Demasiado le gusta; pe¬
ro ya
sabe usted
quelas
madres tenemos buen ojo.
Nosé, es tan
esmirriado,
tan
poquita
cosa...Para mí
esechico noestá bueno.
—Es que
los hombres de
ahora son así: parecen
la
añadidura de cinco cénti¬mos de queso.
Yo
meacuer¬do, cuando yo era
soltera,
que
había
unosmocetones
como castillos;
mi marido
eraun real mozo.
—Yelmío también.
—Pues ahora todos son
pequeñillos, delgaduchos,
enclenques...
Parecen
pe¬rrossentados... Deun
soplo
se les tira.
EL
DILUVIO ILUSTRADO aliento en último el rostro; agítale nn eitramecimiento y un desploma cadáver se pesadamente.
Doscadáveres...
Elhombre de murió de miedo; el monstruo murió rabia...
XV.¡Qué silencio de invierno! en aquella noche Nieva los débiles y ruidos que Oyen se parecen sollozos. Bajo los corpulentos abetos yace un cuerpo; tiene el cue¬
llodesgarrado, las destrozadas... Una ropas mujer, arrodi¬ llada, última contempla por vez aquel rostro amado y abo¬ rrecido.
Y,lentamente, hogar del torna ha al cual venido. han borrado pasos—murmura—se —Mis ya. Entra inmediatamente en su casita y sale con un cesto Una hora grande después y una azada... ha hoyo cavado un fondo profundo; coloca hoyo. en el el tapa cesto y el Luego hasta la permanece allí que la nieve cubre peque¬
ñatumba...
Ycuando, delante al amanecer, tren de pasa el por la casa
dela ésta, guardavía, de pie en el umbral, presenta tran¬ banderita; quilamente inmóvil, su está su impasi¬ en puesto,
ble,como estaba ayer, como estará mañana...
Marc Donai.
7S
FLORILEGIO DE CUENTOS
Esta
de él Mien¬ vez se apoderó verdadero nn espanto. él le tras buscaba, había introducido el malhechor se en el En tanto imágenes castillo... le que corría pavorosas asalta¬ El Llamó; ron. le Ins¬ comedor estaba vacío. nadie contestó. tintivamente de los Alguien se precipitó al cuarto niños, sa¬
llalavamanos con un en trapos el que se velan algunos em¬ papados... ¡Qué pasa? —¡Qué?...
LaDestourville la señora de estaba arrodillada pie al ca de Evelina; levantó.
mase no sabemos Evelina herida... nada.., —Aun está ;ChistI... Duerme... El doctor de acaba marcharse... fué?-preguntó Ivés, —¡Cómo sin siquiera preguntar en daño,
quéhasta cons'istfa el tal de la punto estaba seguro respuesta... de de la —Vémonos aquf, vámonov casa—murmuró esta Destourville—; señora la desgracia... nos está acechando
Yllorar á salló para sus anchas.
Lainstitutriz á la aplicaba frente da la una compresa ni¬
ña,descansaba, Ivés que, muy pálida, del vió que alrededor tenía cnello una venda.
Selos estremeció y cerró ojos. fin la institutriz—. La usted—dijo al ha» —Verá señora me
biatomase mandado ayer que de las esta mañana tren el ir la á á ocho infinidad para de ciudad comprar Me le¬ cosas. à las vanté, Miguel pues, siete. despierto; estaba me rogó le llevase la lo
queEvelina y señora me permitió. se quejaba
deligero dolor un de Manifestó deseos cabeza. de quedarse la Salí de
unpoco más en Mic las cama. casa á con siete y La media. señora Yo había permanecía en su cuarto. encar¬ á la doncella gado é Evelina á que las vistiese Mic nueve. y
yode las doce... La volvimos tren en el señora tan estaba agitada lo había todo por que pasado que no pudo articular Me he la
unapalabra. doncella. Esta enterado por ha me contado á á Evelina que cuando snbió vestir las eran nueve Encontró la
ende la punto. de puerta alcoba abierta par en lo le par, Vió á que la extrañó mucho... in¬ niña en el suelo Echaba animada... Gritó, mucha sangre... acudieron todos y fué á buscar doctor.
elcochero al nadie
—¡Yvió ni oyó nada?
65
HL
DILUVIO
ILUSTRADO
—Nadie;
por
la
mañana
todos
los
criados
están
ocupados
en
el
piso
bajo,
—¿Es
verdad
que
el
médico
dice
que
la
herida
no es de
pe¬
ligro?
—
SI,
señor;
la
herida
no es
profunda...
Pero
el
doctor
pa¬
recía
aterrado...
Le
dijo
á
la
señora
que
lo
mejor
es
que
se
fuesen
ustedes
del
castillo.
Ha
prometido
volver
ense"
guida.
A
las
tres
llegó
el
anciano médico.
Tnvo
una
larga
con¬
versación
con
Ivés,
que
It
contó
fielmente
todo
lo
que
habla
sucedido
desde
por
la
mañana,
sin
confiarse
áél
por
comple*
to.
Una
vergüenza
secreta,
un
vago
pudor
le
impidieron
ha.
blar
de la
guardavía...
Los
pelos
encontrados
entre
Jas zar¬
zas
eran,
efectivamente,
de unperro,
del
perro
que
tanto habfa
asustado
AMiguel;
el
niño
reconoció
su
color.
—Su
hija
de
usted
está muy
ligeramente'herida—dijo
elmédico—;
elanimal
ha
mordido
con
precaución,
como
para
dejar
la
señal
de
sus
dientes
en
el
cuello...
—¿Dice
usted
que?...
¡Eso
es
absurdol—gritó
Ivés—.
|Va-
most...
—Le digo
á
usted
que
es
menester
tener
ese
dato
en
cuen.
ta.
Aunque
no
me
hubiese
usted
enseñado
el
anónimo,
pen¬
saria
lo
mismo...
Una cosa
rae
preocupa:
laforma
del
mor¬
disco.
Hay
bocas,
en
los
perros,
de
todos
tamaños
y
de
todas
formas;
pero
¿y
los
dientes?
Los
perros tienen
los
dientes
puntiagudos
ylos
colmillos
característicos,
me
parece
á
mi.
Este
perro tiene todos
los
dientes
de la
misma
longitud,
por¬
que
no
falta
ninguno,
y
la
mandíbula
que
ba
producido
esa
herida
tiene
más
analogia
con una
mandíbula
humana.
Y
luego
esas
huellas
de
que
me
ba
hablado
usted,
|esas
huellas
fantásticas!
jQué
lástima
que
haya
llovidol
En fin,
si
quiere
usted
seguir
un
buen
consejo,
avise
á
los
gendarmes.
—Gracias—dijo
Ivés—.
Ya
veré.
En
aquel
instante
llegaba
la
institutriz.
—Señor
doctor,
Evelina,
se ha
despertado...
Si
quiere
us¬
ted
verla...
—¿Tiene
fiebre?
—Muy
poca.
Cuando
la
niña
vió
al
doctor
y á
su
padre quiso
hablar;
pero
el
médico
le
hizo seña
de
que
se
callase;
examinó
pri-
66
FLORILEGIO
DE
CUENTOS
—\Th
hijo\
—iMientes,
mientes,
infamel
—¿Tengo
cara
de
mentir?
Mírame...
Acuérdate.
¿No
azu¬
zaste
los
perros
á
tu
amante?
Un
mastin
la
tiró
al
suelo, medio
la
mató
cuando
iba
á
ser
madre...
Ahi
tienes
el
resul¬
tado.
—¿Y
has
dejado
vivir
eso?
jY no
solamente
lohas
dejado
vivir,
sino
que
lo
has
criado
como
un
perro entre otros
pe¬
rros!
¡Miserable!
—¡Bah!—repücó
Cristiana,
irónica—no
sabía
que
eras
tan
tierno,
Cada
uno
juzga
crueles
álos
demás
con
arreglo
ásus
propios
sentimientos.
jQué
más
hubiera querido
yo
que
cria'le
m
el
castillo
con tus
hijos!
Pero
tú no
lo
hubieses
consentido...
La
cogió
por una
muñeca
y
se la
apretó
hasta
hacerle
da¬
ño,
escupiéndole
los
mayores insultos.
—¡Cuidado-dijo
Cristiana—,
cuidado!
No
la
escuchaba;
le
cegaba
la
rabia.
Hubiera
estrangu¬
lado
á
aquella
mujer
y
para
no
hacerlo
tuvo
que
apelar
ásu
razón;
sus
manos
se
crispaban
ya,
prontas
óejecutar
un
ase¬
sinato;
un
velo
de
sangre
pasó ante
sus
ojos, Pero
en
el
rincón
el
monstruo
se
movia,
se
adelantaba,
arrastrándose
enla
oscuridad,
con
tanta
precaución
que
Ivés
ni lo
vió
ni lo
oyó;
tenía
la
boca
abierta
y
babeaba
de
furor.
—¡Suéltame!—gritó
Cristiana—.
Ivés,
atrás!
Destourville
lanzó
un
gemido
de
agonia.
El
monstruo
le
saltó
á
la
garganta,
sepegó
á
su
cuerpo
yél
extendió
los
brazos
para
no
tocar
¡ah!
sobre
todo para
no
tocar
á
aquel
ser
espantoso.
Y la
repugnancia
es
más
fuerte
que
el
instinto
de
con¬
servación.
Corre
la
sangre.
El
animal,
lentamente,
ha
es¬
cogido
el
sitio...
allí...
en
el
cuello,
y
muerde...
Destour¬
ville,
de
pie
aún
contra
la
pared,
con
los
brazos
en
cruz,
se
siente morir,
pero
no
por
efecto
de
aquel
mordisco,
sino
de
asco
y
de
horror.
Su
postrer,
su
único deseo
es
hundirse
en
aquella
pared
en
la
cual
se
apoya,
para
huir
del
repug¬
nante
contacto...
Escaparse...
¡ah!...
escaparse...
Elanimal, furioso,
jadea,
sin
fuerzas,
como
extenuado,
como
sofocado,
como
ahogado
por
la
violencia
de su
odio.
Ivés
siente
su 71
Suplemento Ilustrado
519
- ¿Se hafíjado usted
en esos marinos
ingle¬
ses ouehan Venido aho¬
ra?
¡Qué
tíos, hiia! Al¬tos como varales y más tiesosque un huso.
—Sí, todo lo que us¬
ted
quiera;
perolos en- cnentrodesgarbados...
No
sé,
pero no melle¬nan del todo... Parece quesemuevencon cuer¬
da, comolos
relojes.
—Pero son buenos
mozos.
—¡Hum! Nosefíe us¬
teddegalgos
de buena
traza...¡Haycada
chas¬co!... Además, que en esta materia no estoy por
aquel refrán
que dice: «Caballogrande,
ande 6no ande», ^or- que,desengáñ
seusted, señora,
quetodo
no estáenla estatura -¡Ya!
—Ylos de nuestra tie¬
rra, aunque
esmirrladi-
llos, tienengracia,
sim¬patía, mucho jarabe
de picoycumplen
tan biencomo
puedan hacerlo
esos
gigantones.
—No,
yatiene
usted razón;el hombre
hadeser como el calzado.
Poco
importa la clase;
la cuestión es que esté á la medida.
—iJa! ¡Ja!
—¿De qué se ríe us¬
ted?
—Estoy
pensando sinos oyeran nuestras hi¬
jas... Vamos,
es usted eldemonio.
— Peor sería si no
oyeran nuestros mari¬
dos.
¡Y digo!
Con el ge¬nioque tiene el mío y los celos que me gasta.
—¿Pero
todavíaesta¬mos en esas?
—Sí,
hija,
sí. Al po¬bre le parece quetoda¬
víaestoy y valgo como en el
¡Estoy
yo ahora buena para teos! Yatengo
una porción de canas—Puesno'selanotan á usted.
—Pues las tengo
—Yo también debotener
alguna.
—Medijeronque raediera con aguadenueces de
ciprés...
-Mejor
son lashojas de
castaño. Se hierven bien hervidas y sedaustedcon uncepillito.
—Si mi marido
supiera
queme dabapotingues,
me
ponía
verde.—Noselo
diga
usted; esas cosas sehacen yno sedicen. Ya sabe usted loquediceel refrán: «Lamujer
compuesta quita almarido deotrapuerta.»—No te canses, Emiliano,
ya ei mentirresulta en vano, ya no nos ocultan velos y en el pueblo soberano
se acababan lospara-lelos.
día que mecasé, pensar en coque-
Porque,
mire usted, loshombres cuando nos venviejas
yfeas
y mucho más si somosdejadas,
prontonos tomanasco.—También ellosse
aviíjan.
—¡Ay! No
es lo mismo... Nodeje usted ningún
día de ponerseelcorsé porque sinose lepondrá
áusteduncuerpocomouncolchón... Ylos mari¬
dosse
fijan
muchoen eso.—Lo tendré encuenta.
—Sí, hija, sí.
Yocadaaño que pasa unladto
más, ha·ïtaquemecaiga
de vieja. Lo míonoquie¬roque sea
de
otra.—Habla ustedcomo unlibro.
—¡Ay,
señora! La experienciaenseña mucho.Fray Gerundio.
520
COLOQUIO UMOROSO
—¡Juanita!
—¡TeoJoro!
—¡Porfin, alma
mía!
—iNomehables tanalto,que te oyemi
tial
—Dispensa... ¿Me
oíste?
—[Puespoco
silbabas!...
—Mujer,y¿qué hacíasque note
asomabas?
—Nopude; meacechany son muyastutos.
—Me estuvesilbando cuarentaminutos.
—¡Quéimporta!...
—¡Caramba! Meimportabastante;
¡noqu'ero quediganouesoy un
silbante!
—¿Me riñesporeso?
—Perdona...
—¡Egoísta!...
—Ya sabes quesólo mealt.gratuvista.
—¿De veras?
—Deveras.
—¿Lo juras?
—¡Lojuro!
Mi amor esardiente, volcánicoypuro...
—¡Teodorodemi alma!...
—¡Juanitaadorada!...
—¡Dios mío!...
—¿Quéocurre?
—No temas; no esnada;
creíquemipadre pasaba á tu lado.
—¿Tu padre?... ¡Caramba, qué susto me
has
—¡Te tieneunainquina!...
fdado!
—Deverme se enoja.
—Ayerme hajuradoquecomotecoja
te rompediez huesosenmedio minuto.
—Juanita, ¡tú tienesunpadre muy
bruto!
—Te mata,Teodoro... ¡QuérabiatetieneL
—Mujer, note asustes... yavisasi viene.
—¡Quépenastangrandes
llevamos pasadas!
—Yo todas lasdiera porbienempleadas
sial finyá la postrelograraqueel cura firmase el decreto denuestraventura.
—¡Teodoro!
—¡Juanita!
—¡Te quiero!
—¡Te adoro!
—¡Tu amoróla muerte!
—¡Juanita!
—¡Teodoro!
—¡Qué dicha tan grande si al
fin
eres mía!—¡Qué
gozo!—¡Qué...
— ¡Vete,que viene mitía!
(Se marcha d la esquinacorriendo elamante
y en ella,enacecho,sequedauninstante;
mas,presa seguradel malquele aqueja,
andandoenpuntillasse acercad¡a teja.)
—¡Juanita!
—¡Teodoro!
—¿Quédijotutía?
—¡Ni jota!
— ¿Ni jota?... ¡Quépenatenía!
—¿De veras?
—Esclaro;mepudo haber visto.
—Por pocotepilla.
—¡Sino andotan listo!...
¡Ay. cuándo podremos,Juanita de! alma,
querernossin diques, á solas y en calma!...
Mi vidano esvida. Conestejaleo
mehepuestoendos mesesigual que unfideo.
¿Novesloquepaso?
—¡Pacienciayconñanzal
—Yo sufroen silencio.
—Puestenesperanza.
—¿Qué espere?... Juanita, todoeso es envano;
Mañana átupadre le pido la mano.
— ¡Teodoro,porCristo!
—¿No quieres, ingrata?
—¡Sitúselo dices, defijotemata!
—Puesaunque memateyole hablo átupadre.
--¡.Dios mió!
— ¿Qué?
— ¡Vete,quevienemi madre!
Anfes fieros han fritado,
(Segundacarreradel joven
tenorio,
que-pasagnla esquina las
de purgatorio;
mas,firmeensustrece,
pendiente de
unhilo,
se acerca d la>ejaconmuchos gi o.)
—¡Juanita!
—¡Teodoro!
—¡Qué
sofocaciones!
¿No habremosdeamarnos
sin interrupciones?
—Quizás si lo logras,te canses...
—¡Juanita!...
¡Esoes unaofensa bastante
gratuita!
—Perdóname, Doro-, noquise
ofenderte,
—Nopuedo ni debodejar dequererte.
==
pero ai al final,
=viendo el bozal empuñado,
= porcallarse. iNo está mail
—¡Si tú meengañaras!...
—Mujer, ¡quécapricho!
—¿Mequieres de veras?
—Pues ¿notelo he dicho?
—Noimporta; yoquieroque semerepita.
-Pues bien; ¡te idolatro!
—¡Teodoro!
—¡Juanita!
¿Me dasuna mano?
—¿Por qué pides eso?
—Por darteenlos cinco deditosunbeso.
—Teodoro, ¿estás loco?... ¡Aquí,enla ventana!.
—¿Qué importa, si.,.
- ¡Vete,queviene mi hermana!
(Tercer Intermedio,porbreves instantes.
Repiten osnoviose-juego de antes,
yal cabosellamancon voz muyquedita.)
—¡Juanita!
—¡Teodoro!...¡Teodoro!
—¡Juanita!...
(Y asi continúan,conpocodecoro, Teodo oyJuanita, JuanitayTeodoro.)
Yasabe elcuriosoquee! hecho ignoraba loquehablan dos novios pelando lapava.
F. DEL T.
522 ElDiluvio
DEü flQAfilCOmiO
Un díaque
visitaba
yo unmanicomio, el médico
que me
acompañaba
medijo:
—Tevoy
á enseñar
unacelda donde una mujer
decuarentaaños, aun belia,
sentada
en unsillón,
secontempla
obstinadamente el rostro
en un espe-jiilo de
mano.Desde que nos
vió,
selevantó, corrió al fondo
de la habitación á buscarunvelo que
había sobre
una
silla,
seenvolvió la
caracongrancuidado y
Volvió á sentarse, contestandocon unainclinación
de cabezaá nuestrossaludos.. —¿Cómo estamos
hoy?— le preguntó el doctor:
¿I La mujer lanzó
unprofundo suspiro y contestó.
—Para las cosas de España mucha calma ymucha maña;
hay que enseñar el regalo escondiendo siempre el palo
—¡Oh, mal,
muymal! Las señales de la viruela
se
agrandan más
ymás cada día.
—Noveo
nada—replicó el doctor—. Le aseguro
áusted que se
equivoca.
Acercóse entonces la locaparamurmurar
casi
en el oído del médico:
—No, estoy
cierta. He contado diez agujeros
enla
mejilla derecha, cuatro
enla izquierda y cuatro
enla frente. ¡Es
horrible, horrible! ¡Ya
no me po¬dré ver nadie, ni mi
hijo! ¡Estoy perdida
ydesfi¬
gurada
parasiempre!
Levantóseel médico y,
saludándola, salimos de
afectuosamente de su celda.
—Ahora escucha—me
dijo
— la historia deestadesgraciada.
Es viuda. Fué muy
bella,
muy coqueta, muyamada. Era
unade esas
mujeres
paraquie¬
nesel deseo de
agradar consti¬
tuye la
aspiración de
suvida.
Tenía un hijo, el
cual cayó
un día en camacon viruelas.Apenas
lo supo su _madre,
empezó para
aquella mujer,
con¬sagrada
exclusivamente al cui¬
dado desuhermosura, una ba¬
talla espantosa.
Desde muy
lejos preguntaba
á la
mi'jer
que seencargaba
de su hijopor la salud
de éste.
La
mujer
contestó una vez:—Muy
mal; quiere
verá
us¬ted.
—¡Oh,
nO; eso no!—respon¬dió ella y
salió corriendo.
Tomótodo
género de
precau¬ciones. Fuéácasadeunfarma¬
céutico y se surtió de
toda cla¬
se de desinfectantes. Un día, por fin,el médico le dijo:
—Aunque
sea por la venta¬na. A las dos de la tarde abra lapuerta de cristales.
Consintióen ello la madre, la cual se
abrigó
lacabeza,
tomó unbote de sales, dió tres pasosá la ventana y, ocultando la cara entre las manos, ex¬clamó:
—¡No... no meatreveré áver¬
le
jamás,
me mueio de miedo!El moribundo esperó largo ratocon los ojosvueltos hacia la ventana para ver porúltima
Vez el rostro sagrado de su
madre;
peroaguardó
en vano.Llegó
lanoche,
yentonces, vol¬viéndose hacia la pared, perdió
para siempre
el
uso de la pa¬labra.
Cuando amaneció habíamuer¬
to; al día siguiente su madre estaba loca.
GuydeMaupassant
DILUVIO
ELILUSTRADO
XIV
Las
piernas
Ivés de
Destourville Pero temblaban poco. un de insana hablase de él.
unaespecie curiosidad adueñado Quería iba á á lúgubre término historia saber, poner aquella le fuerzas. daba Los ladridos pensamiento
yeste comenza¬ feroces.
ronnuevamente más á buscarte. y no me sigas; ya vendré —Entra
Undespués Ivés Tocó minuto bol¬ estaba encerrado. en ei Luego de hombros. sillo su revólver. se encogió Cristiana Los ladridos hablan Con volvía. la cesado. cabe¬ le indicó la La de
zaque siguiera. expresión su rostro era implacable; le á Ivés pero en aquel jo¬ momento parecía más de la de la de ven, con algo esbeltez y gracia otros tiempos. Atravesó la Cristiana había cocina de y vió que quitado de blanca. Este
susitio un alto armario madera armario ocul¬ dos taba una puerta con enormes cerraduras.
Lallave dijo: mujer cogió una y ha la leche cuidado; es malo, muy malo; de mamado —Ten ha
unaperra mala; se criado con perro temible el más que
hatuve podido verse y al que fie¬ que matar porque era una le hice "otrop. No con piel traje
ra;su un al conoce ni obede¬
áá Y Ya
cenadie más que ha mí... para eso... me mordido...
TenNo hables cuidado... muy alto... Ivés la detener alargó á la iba mano para á mujer, que la puerta. abrir "ese" ha á hija? momento. ¿Y es que el mordido
—Unmi -Sí. ustedl —lAbra
LaCristiana le la siguió; empujó contra pared se puso y delante de la tras pnerta, que cerró ellos.
Lahabitación Al Ivés era pequeña. pronto no vió nada; luego de boca Con quiso gritar y su no salió ningún sonido. dedo tembloroso
unseñaló una cosa, una cosa repugnante, rincón. acurrucada en un es eso?—balbuceó. —¿Qué
70FLORILEGIO
DE CTmilTOS
la herida hallándola mero en estado satisfactorio, y, cogip Evelina dulzura le dijo;
unaá mano y con todo lo hija sepas, que mía, sin apresurarte —Cuéntanos
niexcitarte. Pero Evelina de todos, tran¬ con asombro parecía muy quila. á la mademoiselle se —Cuando marchó ciudad—comen¬ á dormir. De dolor zó—yo me volví repente sentí un en el Grité, los cuello. abrí ojos y al pronto creí que estaba so¬ ñando. El feo, tan perro canelo, ese perro ya sabes, papá, de de estaba encima mi cama y me miraba una manera par¬ ticular. Yo tenía no "Es mucho pensaba: miedo; que estoy Y soñando., bosque habían llama¬ como recordé que en el
dodije; "i Vete, Ivesi^ Inmediatamente al perro/ues, saltó Pero
alsuelo y se marchó... en aquel momento sentí que el dolía llevé la cuello me á él la mucho; me mano y retiré roja; tiré de la entonces me cama no y ya sé más...
LaIvés inclinó niña hacia se calló extenuada. se ella para besarla. De Evelina repente gritó: El papá! llama los perro, tú, tiene que se —|0h, como iguales á los tuyos.
ojosIvés Quiso á hizo retrocedió. echarse reír no y m s que . Acababa de
unamueca espantosa. cruzar relámpago un por La inocente de la había
sumente. desga¬ observación niña Gritó: rrado velo. un ¡Nol |Eso nol [Eso nol —¡No!
Ydesplomó.
seXUI. Ivés la Destourville estaba solo, habla pues señora se re¬ fugiado Paris hijos. Destourville en de con sus era presa una fiebre declaró día de que se al había siguiente aquel en que la de Evelina. caído al suelo Durante en alcoba cinco sema¬ le fué imposible levantarse la
nasDestocrville, y señora sin de él, compadecerse le dejó era pues poco sensible, en manos
dela institutriz, hacía las de que veces enfermera.
67
KL
DILUTIO
ILUSTRADO
Por
fin
llegó
el
din
en
que
Ivés
pndo
leTantaree
y
dar
naos
paaeoa
por
el
parque.
Más
de
una vez
habíale
interrogado
el
doctor:
—¿No
sospecha
usted quién
sea
el
autor
del
anónimo
ame¬
nazador?
¿No hay
nada
en au
pasado
que
pueda
inspirarle
temor?...
Pero
Ivés
se
contentaba
con
mover
la
cabeza
negativa¬
mente.
Algo
se
rebelaba
en su
interior
cuando quería
ha.
blar
de la
guardabarrera...
Y,además,
jconfesar
á
alguien
aquel
pasadol
¡No!
Calló,
—En
ese
caso
vaya usted
á
reunirse
con
su
mujer
á
Paris.
iMirchesel
—El
odio—murmuró
Ivés—también
puede
perseguirnos
en
París.
—
|No tan
tácilmentel
|Ah,nosé
qué
prejuicios
tontos
le
impiden
á
usted
dar
parte
á
la
policial
Yo,
en su
lugar,
no
vacilaría.
—¿Quién
nos
dice
que
el
anónimo
no es
obra
de un
bro¬
mista
y
qne
á
Evelina
no
la
ha
mordido
an
perro
vagabundo?
—¿Se
queda
usted aquí?
—Me
quedo.
—Haga
usted
lo
que
quiera.
Y el
excelente
doctor,
bastante
resentido
porque
no
se¬
guían
sus
consejos,
se
despidió.
Aquella
enfermedad
había
prestado
áIvés
nueva
energía.
Necesitaba
saber.
Sabria.
Eligió
un
hermoso
día
de
invierno
y,
hallándose
bastante
fuerte,
resolvió
marcharse
solo por
el
bosque.
Se
encaminó
directamente
al
camino
que
lleva
á
la
vía
férrea
y á
la
casi¬
ta
del
guarda.
Desde
lejos
vió
á
la
mujer
á
la
puerta.
Hubiérase
dicho
que
le
esperaba.
La
mujer
abrió
la
puertecilla
de su
jardín,
como
si
supie¬
se
que
Ivés
iba
á
su
casa
y
se
preparase
árecibirle.
No
se
dijeron
una
palaba;
pero
Destourville
estaba
ya
se¬
guro
de
que
aquella
vieja
era
Cristiana.
Y
entró
tras ella;
pero
al
llegar
á
la
puerta
Cristiana
se
volvió
y,
dirigiéndole
una
mirada
de
reto,
le
preguntó:
—¿Qué
me
quiere usted?
—Usted
es
quien
ha
escrito
el
anónimo;
usted
es
quien
ha
hecho
morder
ámi
hija;
justed
es
Cristiana!
68
FLORILEGIO
DE
CUENTOS
Yo
soy.
Dé
usted parte
á
la
policía;
se
armaría
un
es¬
cándalo
delicioso...
A
mí
me
importa
poco...
Ante
tanta
calma,
Ivés
se
turbó;
le
costó
trabajo
articular
estas
palabras:
—¿En dónde
está
el
perro?
—Yo
no
tengo
ningún
perro.
—No
mienta
usted,
—|Le
digo
á
usted
que
no
tengo
ningún
perro!
En
aquel
momento
oyóse
dentro
de la
casa
un
ladrido
es"
pantoso.
—¿Lo
oye
usted?...
¿Es
un
perro
ó
no
lo
es?
—No—respondió
fríamente
la
mujer.
Y su
rostro
adquirió
una
expresión
de
odio
y
de
dolor.
—jEstá
usted
loca!—exclamó
Ivés.
Pero
la
idea
que
se le
había
ocurrido
un
dia;
qne
se
había
precisado
en
el
momento
de
caer
desmayado
en
la
alcoba
de su
hija,
aquella
idea
horiible
le
paralizaba
nuevamente.
La
mujer
lo
advirtió
y
se
creció;
al
ñn, sin
poder
contener*
se,
exclamó:
—Ivés
Destourville,
te he
dado
nn
aviso;
pero
aquello
no
era
más que
el
principio
de mi
venganza.
No
tengas
cui*
dado,
amigo
mío;
te
haré
pagar
todo
lo
que
tú
me
has
hecho sufrir.
Las
amenazas
de
Cristiana
hiciéronle
áDestourville
el
efecto
de un
latigazo.
Se
irguió;
era
de
esos
hombres
que
alardean
de
valor
ante
el
peligro,
cuando alguien
los
con'
templa.—¿Cree
usted
asustarme
con sus
frases?—dijo—.
Haré
que
la
echen
de
aquí.
—(AhlAlfin
te
reconozco—exclamó
lamujer—.
Ya
eres otra
vez
el
enamorado
del
balcón.
—
Primero
quiero
verlo—otieaó
imperiosamente
Des*
tourvüle—.
|Abre
la
puerta!
La
mujer
obedeció
y
entró.
Luego,
volviéndose
lenta*
mente
hacia
Ivés,
le
dijo:
—jVen!
69